miércoles, 4 de agosto de 2021

Como un corcho

Se me ocurre que un buen símil o metáfora de la vida -la mía, sí, pero supongo que también la de algunos más; casi todos, en realidad- sería el de un corcho arrastrado por una corriente de agua: el corcho mantiene un sólo grado de libertad en vertical, ésto es, flotando -o sea, manteniéndome vivo- pero el rumbo y la velocidad de desplazamiento viene marcado por la corriente; te ves próximo por un tiempo a otros corchos que viajan igualmente, pero luego alguno se engancha en retamas de la ribera y se detiene por tiempo indefinido, a otros la corriente les acelera y avanzan a mayor velocidad o cambian de dirección bruscamente: en ambos casos son corchos que se pierden -temporal o permanentemente- de vista, siguiendo igualmente la azarosa voluntad del agua que, a su vez, responde a la ley de la gravedad. Hay que tener en cuenta que el corcho, no sé si lo podríamos denominar material noble, pero sí es ligero, impermeable, químicamente inerte, resistente a la corrosión biológica, aislante térmico y acústico, resistente al fuego y elástico, cualidades todas ellas apreciables para lograr una durabilidad razonable y continuar flotando lo que dure el viaje de la vida.

Fantaseando y perfeccionando el símil discurría que, dentro de ser corcho, fuera tapón de botella de un vino bueno -desconfío siempre de los vinos con tapón de rosca o plástico seudocorcho- pero tampoco extraordinario, posiblemente cava pero no champán del caro;  todo ello significaría ser aglomerado de corteza de alcornoque, sí, pero con un propósito humano, social. Esto no me cuadraba con el azar intrínseco de la corriente de agua a nivel local (no así a nivel general; lamentablemente no vemos la corriente que nos transporta desde las alturas): está claro que no conviene estirar las metáforas más allá de sus fáciles límites naturales, salvo que se quiera dedicar tiempo a intentar encontrar una justificación que finalmente encaje (que suele ser bastante trabajoso y finalmente con un resultado de artificialidad evidente).

En esas estaba, transportado a golpes variables  de la corriente, ora violentos que incluso me hacían saltar fuera del agua, ora pausados y erráticos, cuando comencé a vislumbrar una desembocadura y a percibir ráfagas de olor a mar. Me desperté en la oscuridad más absoluta y apacible.

Navegadores antigos tinham uma frase gloriosa: Navegar é preciso; viver não é preciso (Fernando Pessoa)

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