Fantaseando y perfeccionando el símil discurría que, dentro de ser corcho, fuera tapón de botella de un vino bueno -desconfío siempre de los vinos con tapón de rosca o plástico seudocorcho- pero tampoco extraordinario, posiblemente cava pero no champán del caro; todo ello significaría ser aglomerado de corteza de alcornoque, sí, pero con un propósito humano, social. Esto no me cuadraba con el azar intrínseco de la corriente de agua a nivel local (no así a nivel general; lamentablemente no vemos la corriente que nos transporta desde las alturas): está claro que no conviene estirar las metáforas más allá de sus fáciles límites naturales, salvo que se quiera dedicar tiempo a intentar encontrar una justificación que finalmente encaje (que suele ser bastante trabajoso y finalmente con un resultado de artificialidad evidente).
En esas estaba, transportado a golpes variables de la corriente, ora violentos que incluso me hacían saltar fuera del agua, ora pausados y erráticos, cuando comencé a vislumbrar una desembocadura y a percibir ráfagas de olor a mar. Me desperté en la oscuridad más absoluta y apacible.
Navegadores antigos tinham uma frase gloriosa: Navegar é preciso; viver não é preciso (Fernando Pessoa)
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