El capitalismo, por su parte, recurre a una división de los seres humanos parecida a la de Pushkin: amos, lacayos y esclavos -o propietarios, capataces y trabajadores, en lenguaje quizá algo más actual- realmente es la misma que la establecida por Pushkin si asimilamos tiranos a amos, traidores a lacayos y prisioneros a trabajadores.
Volvamos, después de tan errática digresión a la elementalidad de Pushkin, sabiendo de antemano -cómo no- que se trata sólo de elegir la que nos parezca menos mala -o más soportable para uno mismo- porque buena no hay ninguna; una vez elegida una alternativa resulta inútil perder tiempo en priorizar las otras dos, en saber que habríamos elegido en segundo o en último lugar.
Pero que nadie quede pesaroso -ni tampoco alegre- pensando en la que cree que ha sido su elección, en realidad todos los humanos tenemos algo de tirano, de prisionero y de traidor y el porcentaje de cada uno de ellos en nosostros varía según las circunstancias; esto es la vida. Y al final, efectivamente, todos acabamos derrotados.
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