José María Aznar, ese jarrón chino al que su exoesqueleto de cerámica nunca le ha parecido lo suficientemente holgado como para contener su ego -a diferencia de su ser físico- ha aprovechado la presentación en FAES del libro Lerroux. La República liberal, para proporcionarnos alguna que otra muestra de sus estadismos, de esos que, parece que invitablemente, acaban como titulares mediáticos, por ejemplo: Algunos quieren ganar 80 años después guerras que los españoles han olvidado. Habría que recordarle que esos algunos son, pese a quien pese, también españoles que no han olvidado -aunque muchos, por distintos motivos, lo hayan deseado casi desde entonces- y seguramente no pretenden tanto ganar guerras como restablecer el principio de justicia; histórica en éste caso.
Asimismo, Aznar se ha preguntado -retóricamente- cómo es posible que en Catalunya el mismo fracaso se
repita una y otra vez y que la campaña de los indultos ya se hizo en 1934
con los antecesores de los que hoy se sientan en el banquillo del
Tribunal Supremo, sin ser consciente, supongo, de que él mismo se responde en la segunda frase. Alguien que se enfrentó al problema catalán -y en general, a la plurinacionalidad de las Españas- con mucha mayor capacidad, coraje y solvencia políticas que la sacrosanta Transición de 1978 fué Azaña, hace casi 90 años, que nada pudo contra el natural instinto de la mayoría de los españoles de utilizar la cabeza para embestir, en lugar de utilizarla para pensar; en lo cual los españoles parece que somos totalmente conservadores. Curiosamente, estos liberales los que más.
La defensa por parte de Aznar de la figura de Lerroux como un político en toda la
extensión y profundidad del término; afirmando que fue un éxito
suyo mantener la templanza durante los primeros compases de la Segunda
República; y durante todo el tiempo que duró el régimen republicano, él encarnó como pocos ese espíritu de consenso que, mucho tiempo después, hizo que todos los españoles pudiésemos pactar en 1978, tiene todo el aspecto de ser la enésima constatación de que, para algunos, la realidad -incluso la histórica- es aquello que quieren reconocer -y que reconozcamos todos, de paso- como realidad; para ellos es algo que se puede elegir. Porque explicar la liberalidad riverina -de los actuales liberales, Albert Rivera es quien más se parece a Lerroux- de un político acomodaticio y tramposo, que entendía la política como vividor de ella hasta el punto de ser el inspirador de una palabra que ha quedado desde entonces en nuestro diccionario, estraperlo, es tambien muy liberal, desde un punto de vista histórico. En fin, que en FAES son así de liberales. Y para el presidente de un PP tan próximo a la corrupción -la mayoría de los ministros de su etapa de gobierno han resultado imputados por ese motivo y su vicepresidente y ministro de Economía está actualmente en la cárcel- los distintos asuntos de corrupción de Lerroux le parecerán chiquilladas de colegial; seguro que ha pensado que con él no habría tenido que esperar a los 58 años para obtener la titulación de abogado: ahí tenemos a Pablo Casado.
Por cierto, Azaña también se consideraba a sí mismo como un burgués liberal pero estaba políticamente en las antípodas de otros sedicentes liberales de entonces; no digamos de los liberales actuales.
Por cierto, Azaña también se consideraba a sí mismo como un burgués liberal pero estaba políticamente en las antípodas de otros sedicentes liberales de entonces; no digamos de los liberales actuales.
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