En 1935, el escándalo del estraperlo (una ruleta
tramposa de cuya concesión administrativa el presidente del gobierno y
del Partido Radical, Alejandro Lerroux, se había reservado para sí mismo
un porcentaje) finalizó con la dimisión del propio presidente del
gobierno. El asunto se había debatido en las Cortes y una comisión
parlamentaria -parece que entonces servían de algo- concluyó que habían
existido
actuaciones que no se ajustaron a la austeridad y a la ética que en la gestión de los negocios públicos se suponen.
Hoy,
cuando parece que hay partidos que se financian con mordidas a
empresarios y constructores -e incluso es conocido que esa mordida suele
ajustarse a un 3% de promedio- , cuando las finanzas del partido en el
gobierno las llevaba un gerente y/o tesorero que manejaba cuentas
multimillonarias en el extranjero y parece -también- que la cúpula
dirigente de ese partido ha estado cobrando en negro sustanciosos
sobresueldos durante años, cuando la corrupción y el despilfarro de esos
y otros gobernantes lo hemos acabado pagando entre todos; hoy, cuando
la austeridad y la ética en los asuntos públicos parece algo anecdótico
-por excepcional- el caso del estraperlo y sus protagonistas inspiran
incluso ternura: una estafa de rateros de poca monta comparada con los casos de
corrupción institucionalizada de la que nos enteramos a diario por los
medios. Y, según el presidente del gobierno, aquí no pasa nada, y si
pasa no importa. Y lo de la dimisión seguramente ni se lo ha planteado.
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