domingo, 9 de diciembre de 2018

Estadismos

No me lo explico: me irrita menos un político profesional -el que se ocupa concienzudamente en vendernos humo y del que se sabe a ciencia cierta que está en política para vivir de ella- que el político que, además, se cree estadista. Parecería que el segundo, aparentando creer lo que dice -con independencia de que coincidamos o no con lo que dice creer- y que parece igualmente más preocupado por lo público que por lo suyo es, a priori, más honesto; quizá sea -no estoy seguro- que yo me sienta en este último caso doblemente engañado.
Así, cuando José María Aznar -que cada vez que se manifiesta me recuerda, inevitablemente, la frase de Oscar Wilde: un tonto jamás se recupera de un éxito- se transmuta en oráculo político y fuente de estadismos, noto como la irritación comienza a removérseme y la imaginación hace que le vuelva a ver una y otra vez repitiendo su última ocurrencia en pose trascendente que, para él, consiste en hablar moviendo únicamente el labio inferior -habilidad que se nota que ensaya a menudo- mientra te mira fijamente, que se note que está oraculando. Es por ello que cuando desde FAES se analizan las consecuencias de las últimas elecciones andaluzas, no sé porqué,  imagino al señor Aznar mostrando a un exultante Santiago Abascal al que sujeta con ambas manos y repitiendo en bucle infinito: éste es un chico con muchas cualidades; para Aznar es necesario un tripartito de la derecha y que, en definitiva, ésta se agrupe nuevamente a nivel general (una nueva CEDA), a la vez que se muestra añorante del bipartidismo, ese contubernio tan eficamente constitucionalista; ¡ah, la Constitución!, que si fuera mujer -parafraseando a quien fué portavoz de gobierno de Aznar- ya estaría pensando en divorciarse.
Y...¡cuanta razón tenía Oscar Wilde!

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