domingo, 16 de diciembre de 2018

Estos expertos.

Hasta ahora, en el pasado, los expertos se caracterizaban por poseer profundos conocimientos pero en un campo restringido; diagamos que es propia de un experto tal dualidad: saben -sabían- mucho pero de un tema o campo muy concreto y específico. Ahora no; con el acceso de los medios de comunicación a los tertulianos -y viceversa- éstos fungen como expertos multidisciplinares sobrevenidos a toda velocidad (que están pluriempleados y no es custión de perder el tiempo), sin dudas, con tal aplomo que dejarían sin palabras a un verdadero experto (si es que queda alguno sobre algo) al que pudieran enfrentarse; un  tertuliano profesional es -por definición-  experto en casi todo; ¿de qué se trata?, ¿de ballenas?, ¿de inflacción?, ¿de taoísmo?, ¿de apicultura?, ¿de machismo?, es igual, desate usted la boca del tertuliano de turno y éste disertará con tal lujo de detalles sobre lo que sea, que incluso puede que aprenda cosas que usted no sabía de sí mismo: los tertulianos expertos (que, pese a todo, no es una redundancia, quizá más bien un oxímoron) constituyen una de las nuevas plagas de éste mundo, hipercomunicado, pero de pocos contenidos reales finalmente (puede que esa sea la razón decisiva para la existencia de los propios tertulianos).
¿Exageración?; no lo creo. Ahí tenemos el caso de Christian Gálvez, quizá ofendidito porque hay quien duda de sus conocimientos -que no de su devoción- sobre la figura de Leonardo da Vinci y cuestionan por ello su nombramiento como comisario de una exposición en Madrid, Los rostros del genio, con motivo de los 500 años de la muerte del insigne renacentista. Y no se trata de que alguien sin haber acabado sus estudios universitarios -como el señor Gálvez reconoce- no pueda acabar siendo experto -y hasta comisario- en lo que sea (recordemos el caso de Robert Franklin Stroud, que se convirtió en respetado ornitólogo durante sus décadas en prisión), es que quien lo es puede demostrarlo de forma indudable;  seguramente no sirve únicamente  la admiración por Leonardo da Vinci para convertirse en leonardista, sobre todo si se aduce como méritos sólo lo anterior o ser el tío que lee rápido en la tele y le flipa Leonardo da Vinci. Muchos sentimos admiración por Bach y creeemos que no sólo es un músico de primer nivel sino que constituye la propia esencia de la música, pero la mayoría mantenemos un religioso silencio cuando James Rhodes -que, además de sentir devoción por Bach, es capaz de interpretarlo con maestría, creo que sin que ello le haga considerarse un experto en Bach- recrea su Chacona en re menor. Y es que el señor Rhodes es un profesional, que es la denominación de una  capacidad también a extinguir, como la de los auténticos expertos.
Pese a todo, Gálvez insiste en autoconsiderarse especialista  -que no sé si es categoría superior o inferior a experto- en Leonardo, propocionando titulares tan impactantes como Yo podría poner juntos a Leonardo y Warhol, si quisiera (que cualquier día quiere y a ver que hacemos); No es un gran cuadro, pero es una campaña de márketing cojonuda (sobre la Gioconda); Dentro de la televisión hay dos tipos de escritores: el que lo hace por pasión y el que lo hace para explotar su imagen (sobre sí mismo, supongo, aunque no aclara a cual de los dos tipos se considera perteneciente) y remata con una cita de Leonardo: una vez hayas probado el vuelo, caminarás por la tierra mirando el cielo y allí siempre desearás volver porque ya estuviste que parece ser que le sirve para explicar las bondades  del programa-concurso  de televisión que le dá de comer y en el cual exhibe su habilidad principal: la lectura rápida (como si se tratara del final del anuncio de un medicamento, pero de continuo).
Y en cuanto al libro conteniendo el ensayo titulado Gioconda desconocida que él firma, en fin, es sabido que en éste país -quizá en todos- sólo los negros literarios tienen realmente asegurado el trabajo en literatura. Si es sólo uno, parece que el del señor Gálvez no para.

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