Siempre
me ha sorprendido que quienes aceptan para sí el celibato perpetuo, es
decir que quienes viven su sexualidad de forma tan anormal y minoritaria
-los religiosos y religiosas católicos- hayan sido los encargados de
fijar las normas de moral sexual a toda la población de éste país
-católica o no- y, al parecer, pretendan seguir ejerciendo ese papel en
un Estado supuestamente aconfesional, a cuarenta años del final de
una dictadura Nacional-Católica.
Así,
el obispo de San Sebastián, José Ignacio Munilla, autor del libro
-junto a la seglar Begoña Ruiz Pereda- Sexo con alma y cuerpo, se
despacha -queda en la duda saber quien de los dos autores, o los dos-
sobre los tipos de amor, comparando, por ejemplo, el sexo con amor con
el jamón de Jabugo y el sexo sin amor con la paleta cocida; ambos se
llaman jamón pero no es lo mismo, resume el señor obispo, por si no
habíamos pillado la ingeniosa metáfora; me reservo la que a mí se me
ocurre sobre los tipos de hambre.
Sobre la homosexualidad opina que las Sagradas Escrituras siempre la han presentado como una depravación grave y que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, por lo que los homosexuales, en sus prácticas sexuales no pueden recibir aprobación en ningún caso: no queda claro si sólo los homosexuales católicos o todos, pidan o no aprobación para su desorden.
Sobre la homosexualidad opina que las Sagradas Escrituras siempre la han presentado como una depravación grave y que los actos homosexuales son intrínsecamente desordenados, por lo que los homosexuales, en sus prácticas sexuales no pueden recibir aprobación en ningún caso: no queda claro si sólo los homosexuales católicos o todos, pidan o no aprobación para su desorden.
En
fin, que alguien que no dudo que pueda ser experto en la degustación de
buenos jamones pero que de sexo mucho de lo que sepa sea de oídas -teóricamente- y
que aunque tampoco dude que sea asiduo lector de textos religiosos, no parece haber leído mucho sobre la Historia de la Humanidad,
no sé que méritos ostenta para arrogarse el papel de vigilante y censor del cuerpo de todos los seres
humanos y de su sexualidad o con qué derecho se muestra contrario a la recomendación de medios
anticonceptivos como protección ante enfermedades de transmisión sexual o
embarazos, preguntándose retóricamente: ¿qué pasa con el corazón? ¿quién
lo
protege?. Ya, y ¿que pasa con el cerebro?, me pregunto yo. ¿Lo tenemos de adorno, ya que el señor obispo piensa por nosotros?
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