Lo cierto es que, yendo a la primera parte, el Antiguo Testamento es una serie de auténticas pesadillas gore, venganzas y matanzas donde frecuentemente aparece la crueldad y la venganza como características de un Dios a menudo colérico y recriminador con su pueblo, el pueblo elegido, que pese a serlo, parece que incumplía con frecuencia sus directrices; a modo de ejemplo, podemos recordar el episodio en el que Moisés se retira a la montaña para recibir del mismo Dios unas normas concretas y escritas de comportamiento (un protocolo de actuación religiosa, que se diría ahora): las tablas de la ley. Tras las tablas, Moisés recibe -Dios lo ve, lo oye y lo sabe todo- un pertinente aviso, (como el de una empresa de seguridad de hoy manejando alta tecnología, casi omnisciente; Exodo 32:21-29): Desciende pronto, porque tu pueblo, que sacaste de la tierra de Egipto, se ha corrompido. Bien pronto se han desviado del camino que yo les mandé. Se han hecho un becerro de fundición y lo han adorado, le han ofrecido sacrificios y han dicho: “Este es tu dios, Israel, que te ha sacado de la tierra de Egipto.” Y el Señor dijo a Moisés: He visto a este pueblo, y he aquí, es pueblo de dura cerviz (esta expresión se usaba en referencia a animales domésticos que no respondían con docilidad al freno, cabezal o yugo) Ahora pues, déjame, para que se encienda mi ira contra ellos (parece que Dios necesita un tiempo y aislamiento para el adecuado calentamiento de la iracundia) y los consuma; mas de ti yo haré una gran nación. (¿una promesa, autorización o franquicia divina para permitir a Moisés convertirse en dictador religioso y político en su nombre?). Moisés regresa al campamento para comprobar el comportamiento del rebaño humano del que es pastor, monta en cólera refleja (por mandato divino) y al ver que es cierto el aviso (evidentemente), rompe las tablas de la ley (de una calidad y consistencia muy poco divinas, al parecer) y después de destruir con un alto grado de sofisticación el becerro de oro: tomando el becerro de oro lo quemó en el fuego, lo molió hasta reducirlo a polvo y lo esparció sobre el agua, e hizo que los hijos de Israel lo bebieran, ordenó: Póngase cada uno la espada sobre el muslo, y pasad y repasad por el campamento de puerta en puerta, y matad cada uno a su hermano y a su amigo y a su vecino. Y los hijos de Leví hicieron conforme a la palabra de Moisés; y cayeron (para no volverse a levantar, muy posiblemente) aquel día unos tres mil hombres del pueblo. Y Moisés dijo: Consagraos hoy al Señor, pues cada uno ha estado en contra de su hijo y en contra de su hermano, para que hoy El os dé una bendición; éste es el corolario poco conocido y divulgado del episodio bíblico de las tablas de la ley: todo paz y amor; como para animarse a incumplir alguno de los Diez Mandamientos. Por puro convencimiento.
Comprendo que éste ramalazo de ateísmo demostrativo y anecdótico pueda parecer anticuado o extemporáneo -no más que la propia Biblia, en todo caso- a alguien, pero creo que es lo más sano comenzar por el principio, si no querermos encontrarnos cualquier día coreando y siguiendo irracionales presupuestos totalitarios; lo primero que anula la religión es nuestra confianza en una de las pocas herramientas sólidas de las que nos ha provisto la naturaleza: la capacidad de raciocinio. Aunque sin olvidar la única enseñanza aprovechable del pasaje: el becerro de oro sólo es un dios sustituto y no de mayor calidad de aquél al que pretendían sustituír los judíos en el Sinaí. Me parece.
No estoy de acuerdo contigo cuando afirmas que Dios no existe. Yo soy creyente y estoy seguro de su existencia. Es más, sé que a todas sus potencias le añade la de ser un gran humorista. Se tiene que estar partiendo el pecho con las bromitas que les gasta a los hombres, su creación mas perfecta. Qué pillín. Espero que le contraten para el Club de la Comedia.
ResponderEliminar...si nosotros somos su creación más perfecta, como serán las demás...
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