viernes, 1 de octubre de 2021

Desierto

Tumbado y semiarropado en la manta multicolor mauritana, me fuí acercando a las brasas bajo las cuales Ahmed había hecho aquél delicioso pan que constituyó la cena acompañando al té; acababa de anochecer, pero ya se comenzaba a sentir un frío inimaginable sólo una hora antes. Me comodé el turbante azul de modo que sólo quedaron al descubierto los ojos y me giré hacia arriba;  sentía aún el calor de las ascuas en la mejilla izquierda; abriendo los ojos, sólo pude sospechar el espectáculo, para confirmarlo hurgué en uno de los bolsillos exteriores de la sahariana y con movimientos automáticos extraje las gafas y me las calcé para extasiarme de inmediato ante la inmensidad, nitidez y profundidad  de aquél cielo azul oscuro con miríadas de brillantes de todos los tamaños cosidos en él. El aire era denso, casi palpable, a tono con la intensidad del cielo; girando la cabeza podía ver la Luna en creciente somero, apenas dibujando el arco de su borde luminoso. Me dió el tiempo justo para guadar las gafas; recuerdo haber oído algún ronquido de los dromedarios antes de quedarme dormido oyendo en mi cabeza algún pasaje épico de la música de Lawrence de Arabia.

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