sábado, 30 de enero de 2021

La lotería inversa

El concepto es sencillo:  la lotería inversa se trataría de un juego de azar (que no de azahar, no voy a caer en el mismo error de aquellos que a diario convierten prever en preveer) en el cual el premio realmente es un castigo que recae sobre pocos desagraciados o, directamente, desgraciados; lo más parecido que he encontrado son los juegos del hambre, la conocida distopía, pero en mi también distópica lotería, ésta sería habitual y frecuente, como la Lotería Nacional o la Primitiva. El castigo podría ser que el desagraciado perdiera el trabajo (el gordo), rebajarle el sueldo a la mitad,  añadirle una nueva hipoteca a aquellas que ya padezca, etc. Habría que concretar los detalles.

Está claro que la principal ventaja de esta lotería sobre las convencionales sería, fundamentalmente, que la mayoría de los participantes ganaría (si por tal entendemos no perder) con lo cual sería más conveniente para elevar la moral de la población en tiempos difíciles, además de que sería más difícil envidiar a los agraciados -menos desgraciados- siendo éstos mayoría. Y también a considerar otra ventaja: sería gratis; participaría de forma automática toda la población y los números que entrarían en el sorteo semanal serían los del DNI.

En la década larga que llevamos de regresión ya ha habido alguna muestra de algo parecido a la lotería inversa, pero cuando yo creía que sería algo de improbable puesta en práctica como tal, hete aquí que el virus de la CoVid19 lo ha  llevado a efecto de un día para otro sin mayor problema. Pero, a pesar de los 10.000 -en números redondos- a los que diariamente les toca la pedrea y los 300 a los que también diariamente les toca el gordo definitivo, no veo que la mayoría de agraciados muestre mucha alegría, seguramente todos estén -estemos- pensando en el sorteo de mañana.

viernes, 22 de enero de 2021

La igualdad y el Titanic

Nada mejor que una catástrofe -de algo sirven- para hacernos comprender que, pese al empeño que pusieron los revolucionarios franceses en 1789, la Igualdad sigue siendo un quimera lejana tanto o más que sus hermanas, la Libertad y la Fraternidad en la famosa tríada. Es conocido el hecho de que entre los fallecidos en el naufragio del Titanic hubo grandes diferencias según la clase en que viajaran: solo pereció un niño de los 6 que viajaban en primera clase (16,7%) contra los 52 de los 79 que viajaban en tercera clase (65,8%); en cifras globales (hombres, mujeres y niños) murieron el 37,8% de los pasajeros de primera clase, contra el 74,8% de los pasajeros de tercera clase;  es decir, el clásico de las mujeres y los niños primero habría de completarse añadiendo la clase al enunciado, o mejor, anteponiéndola.

Poco hemos avanzado en el mundo en el siglo largo transcurrido desde el hundimiento del Titanic en 1912; en España, menos. En la actual catastrofe mundial (la pandemia CoVid19) y centrándonos en España -tras ver repetidamente imágenes en televisión de la primera nonagenaria vacunada- conocemos día sí, día también, que las distintas clases privilegiadas corren de tapadillo a vacunarse saltándose un orden establecido que lo ha sido consensuadamente y basado tanto en la necesidad por criterios epidemiológicos, como en la solidaridad (¿algo de Fraternidad?) y la justicia. Así, si hace poco nos enterábamos que cargos políticos y/o electos justificaban su vacunación con argumentos coyunturales y traídos por los pelos y que finalmente han debido dimitir o ser cesados en el caso de que eso sea posible (que aquí lo de dimitir se reserva sólo para casos de fuerza mayor irresistible, es decir, realmente nadie dimite, si no que es dimitido), hoy nos enteramos que altos cargos militares también se han saltado sin mucho problema su puesto en la cola; la ministra del Ejército se ha visto en la tesitura de tener que pedir explicaciones al Jefe de Estado Mayor de la Defensa (JEMAD), tras conocer que ha recibido la primera dosis de la vacuna contra la CoVid19 junto a otros altos cargos militares del Estado Mayor de la Defensa (es un clásico ésto de arroparse en la trampa haciendo partícipes a los que pudieran dar a conocer los hechos, para asegurar su silencio) (*). Así como he tenido que escuchar al dimitido consejero de Salud de la Comunidad de Murcia que él se había vacunado en su condición de profesional sanitario, no me sorprendería nada  que los altos mandos militares se justificaran diciendo que se han vacunado para no dejar a la tropa sin mandos e inermes ante la posible invasión de cualquier ejército extranjero; aunque seguramente la vacunación tenga realmente por objeto pemitirles asistir a eventos sociales prescindiendo de la mascarilla. Y cuando -también posiblemente- nos enteremos de algo semejante respecto a los obispos y la jerarquía católica, tampoco me sorprendería que ésta nos informara de que lo hacen por el bien de los fieles, para no privarles de interlocutores ante la divinidad (que lo de que cada uno hable directamente con Dios queda como muy luterano).

Hasta Urdangarín está vacunado (ignoro en aplicación de que principio exacto en el orden de prioridades establecido, si fuera por estar en contacto con personas de riesgo durante su voluntariado, pudiera ser más rentable enviarlo de nuevo a la celda y, si tuviera derecho a ello, a su casa y utilizar esa vacuna para alguno de los muchos mayores o personal sanitario que aún no se ha vacunado); así de iguales somos aquí. 

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(*) ...finalmente cesado o dimitido; el mismo medio no está seguro....

martes, 19 de enero de 2021

Retrogradando

...sí, retrogradar puede ser sinónimo de retroceder; ¿entonces,  va a resultar que soy un cultureta con ínfulas y algo pedante?; pudiera ser, pero, por si sirve de justificación, diré que he empleado retrógrado por la sugerencia asociada y que lleva en sí misma el concepto de  reaccionario y por lo cual resulta distinta y de más peso que el simple retroceso, que sugiere ser algo temporal, como con la obligación implícita de retomar el avance en cuanto las circunstancias lo permitan; retrogradar -para mí- es ir hacia atrás de forma continuada: recorrer el camino cuyo sentido es diametralmente opuesto al del progreso. Me explico. Allá por los años setenta del siglo pasado España estaba saliendo de una imposible autarquía impuesta por la dictadura franquista y se estaba asimilando a pasos agigantados a nuestros vecinos europeos y recuperándose de un atraso socio-económico de varias décadas: el progreso económico y social parecía inevitable a nivel mundial y también nacional y aún más cuando finalizó formalmente la dictadura y nos las prometíamos muy felices con la llegada formal de la democracia; reitero lo de formalmente y formal porque es la clave para entender porqué el progreso en el que vivíamos en esos años se ha convertido en utópico casi medio siglo después; recordemos: el progreso no es inevitable. En primer lugar la denominada Transición del 78 fué en realidad y fundamentalmente una transacción, como se ha demostrado con posterioridad -hasta el día hoy- con toda crudeza: una transacción con el objetivo de mantener todo el entramado político y económico del franquismo bajo una apariencia formal de democracia.

Por tanto, la situación social y económica que padecemos -especialmente grave en el mercado laboral y, dentro de él, especialmente grave para la juventud- no es tanto producto de la crisis económica mundial de 2008 como de las condiciones que el PSOE impuso durante las legislaturas en las cuales fué presidente Felipe González (1982-1996); cuando Alfonso Guerra, presumiendo de reformista radical, dijo aquello de que el día en que nos vayamos a España no la va a reconocer ni la madre que la parió, no suponíamos entonces que todo iba a resultar en el actual  esperpento.

Clarificador y necesario es, a éste respecto, el informe elaborado por James Petras -colaborador habitual de Noam Chomsky- por encargo del CSIC y que fué publicado ya en 1996 por la revista Ajoblanco, pese a que una vez conocido por quien lo encargó y por los dirigentes del PSOE, éstos trataron de ocultarlo y guardarlo bajo siete llaves (y las razones para ésto resultan evidentes tras su lectura). Por ser breve, copiaré aquí sólo algunos esclarecedores párrafos de las conclusiones del informe (que recomiendo encarecidamente consultar completo):

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La supuesta "modernización" de la economía española bajo los auspicios del régimen socialista de Felipe González ha tenido un efecto profundamente negativo sobre la vida socio-económica, política y cultural de la clase trabajadora y, en particular, sobre la familia y los trabajadores jóvenes.

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Aunque la calidad de vida de los jóvenes trabajadores era mejor que la de sus padres mientras estaban creciendo, las perspectivas de futuro son mucho más negativas. Además, como les han mimado y satisfecho todos sus deseos de consumo, carecen del empuje y la iniciativa para cambiar su estatus. Más aún, cuando llegan a la edad adulta no hay modelo politico ni movimiento que les atraiga. Ni tampoco sus padres les han provisto de un marco de referencia político para hacer frente a sus adversarios sociales y políticos.

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El supuesto de los economistas liberales de que un funcionamiento favorable del mercado se traduce en mayores niveles de vida y más libertad política es falso. La intensificación del mercado crea mayor dependencia familiar, más inseguridad personal, movilidad social descendente y menos autonomía personal. El mercado debilita la sociedad civil y fortalece el poder del Ejecutivo, al tiempo que disminuye el apego de los ciudadanos a las instituciones electorales.

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El "libre mercado", como el mecanismo elegido para lo que se suponía iba a ser la modernización de España, ha debilitado los lazos entre la clase trabajadora y la clase política, y ha fortalecido las estructuras estatistas-autoritarias a expensas de la sociedad civil y de la consulta pública.

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En fin, ya digo, un informe imprecindible para entender la España de hoy: las bases y condiciones se establecieron y son públicas y  conocidas desde el siglo pasado.

viernes, 8 de enero de 2021

Como una ola

Nos hemos empeñado -se han empeñado- en denominar olas, en la pandemia de CoVid19, a lo que es una simple relación causa-efecto; salvemos la campaña turística, se dijo, y vino la segunda ola, salvemos la Navidad, se dijo, y vino la tercera ola: tantas veces como nos empeñemos en salvar la economía relajando las medidas de aislamiento reconocidas como eficaces, así tendremos sucesivas olas en las que seguirá elevándose el número de contagios y produciéndose los consiguientes fallecimientos en un determinado porcentaje, ya casi establecido estadísticamente en el 2,5% (en España, a día de hoy, 2.024.905 casos y 51.675 fallecidos), desde la estimación del 4% calculado al inicio de la pandemia. Y todo ello, recordemos, producto de la falacia que supone  creer que puede salvarse algo a costa de los salvados: son sólo algunos los que salvan -y aumentan- lo suyo. Así pues, los sucesivos  repuntes en el número de contagios no son debidos a causas naturales como el viento o las mareas  que producen las olas, sino la repuesta predecible a una relajación en las medidas de aislamiento que son las únicas que garantizan el control de la propagación del virus en tanto la vacunación no sea mayoritaria.  
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Y yo quedé prendida a tu tormenta
Perdí el timón sin darme apenas cuenta
Como una ola tu amor creció
Como una ola
...  
cantaba Rocío Jurado; no tenemos más que cambiar amor por pandemia y aplicárnoslo. 
 
Y siempre teniendo presente que, si pretendiéramos ser más exactos al describir los distintos repuntes en los contagios de la pandemia con una palabra, deberíamos emplear más bien el término tsunami que el de ola; es más que una tormenta, es un desastre de carácter extraordinario.

miércoles, 6 de enero de 2021

El autobús de Valencia

Sí, como es normal -a poco que la vide dure- yo también he fungido de niño ilusionado -engañado, más bien- esperando regalos al amanecer del día 6 de Enero, como de proveedor de sus reales majestades para quien me tocó, a mi vez, engañar más tarde. En lo primero era todo nervios concentrados en una sola noche -por entonces Papá Noel  aún no disponía de trineo todo terreno y no acostumbraba a visitar los países del sur, donde seguramente los patines no funcionaban bien sobre adoquines- y aún recuerdo mi desconcertada emoción al comprobar que los reyes magos, ignorando lo solicitado en mi carta peticionaria, me solían traer regalos sorpresa, es decir, cosas que yo no había pedido. En este apartado, aún veo un autobús de buen tamaño -en relación a mi cuerpo de entonces- que enseguida bauticé como autobús de Valencia, seguramente porque Valencia era entonces para mí tan remota e innacesible como Nueva Zelanda; tenía el tal autobús de larga distancia un motorcillo de cuerda con autonomía suficiente como para cruzar el comedor -se suponía que Valencia estaba al otro extremo- y que, como máximo refinamiento técnico, disponía de una palaquita que lo colocaba en modo retroceso, es decir, que avanzaba marcha atrás, lo que yo sólo utilizaba, como es lógico, una vez que el autobús había llegado a su destino, para aparcar y descargar a los viajeros que, por cierto, eran invisibles. Era -creo recordar- rechoncho y de color amarillo o crema en el chasis y techado de color negro; no recuerdo que dispusiera de ningún tipo de dirección -por supuesto, sin control remoto- y como izquierdeaba había que situarlo un poco a la derecha de la dirección pretendida para acertar con el destino. En otro apartado, en el de los regalos no solicitados pero que tampoco eran sorpresa, estaban los procedentes de la empresa donde trabajaba mi padre, Metro de Madrid -era costumbre que los reyes magos te dejaran regalos repartidos en domicilios de familiares o en sitios donde sabían de tu existencia, en vez de concentrarlos todos en tu propio domicilio que parece lo más racional desde el punto de vista logístico- donde los reyes magos se ve que habían agotado su imaginación pese a ser magos y, año tras año, me regalaban una caja -idéntica a la del año anterior-  con Juegos Reunidos, de los cuales me llegué a hacer con cuatro o cinco, intentando hallar alguna diferencia entre ellas. Respecto a los regalos recepcionados en domicilios de familiares y con destino a mí -supongo que indicarían el destinatario en el envoltorio- también recuerdo un mecano evidentemente usado -muy probablemente procedente de una donación de niños ricos- que, a base de distintos elementos, permitía montar varios coches de aspecto de haiga de los años cuarenta o cincuenta y que me tenía bastante entretenido intentando lograr el máximo monstruo a base de piezas dispares, como el niño terrible que mezclaba cabezas de muñeca y patas de araña en Toy Story, pero limitándome al  mundo automovilístico. Lo de ser obsequiado con juguetes usados yo tampoco lo veía como discriminatorio  o simplemente raro: sólo cotejaba mis regalos con los de otros niños en similares condiciones a las mías; y a éste respecto mi padre siempre me recordaba  que a él los reyes magos le solían traer aceitunas gordas, nueces o castañas, sorprendentes manjares, al parecer, en un pueblo de la meseta castellana; vamos, que yo era un privilegiado conductor de autobús.

Que, no sé porqué, de repente -¡lo que son las sinapsis!- he recordado el autobús de Valencia y lo he asimilado a la situación política actual del país:  ciudadanos tratados como niños -o sea, engañados- con un gobierno supuestamente de izquierdas pero que derechea a la mínima oportunidad -al contrario que mi autobús- compliendo con su obligada parte en la agenda setting y al que, por tanto, habría que orientar bastante a la izquierda de la Valencia a la que se pretenda llegar; y no he querido seguir estableciendo posibles paralelismos con la palanca de marcha atrás. Los pasajeros, sin embargo, son inquietantemente igual de transparentes.