De nuevo, confundiendo -supongo- los verbos poder y deber: el señor barón y portavoz del gobierno ha manifestado que al presidente no se le puede chantajear y que no se somete a presión; y ¿cual es la razón de esa imposibilidad? ¿el presidente es un ente poderosísimo, cuasi-divino? y, respecto a la presión, ¿no sería más creíble afirmar que resiste las presiones?; si no se somete a presiones es una suposición saber que las resistiría, digo yo. Para Méndez de Vigo, la prueba de que lo resistente que es Mariano Rajoy es que no pidió el rescate a España cuando muchos le aconsejaban hacerlo; que tampoco creo que valga mucho como prueba: en realidad, lo que ocurrió con el rescate fué que éste se produjo, pero lo llamaron otra cosa (una línea de crédito preferente, de un billón y medio de euros, creo recordar), en línea con las últimas tendencias que procuran negar la realidad con imaginativos neologismos. En resumen, al presidente del gobierno se le puede, evidentemente, chantajear; de hecho, imagino que como a cualquiera, y más estando en un puesto de responsabilidad y decisorio sobre muchos intereses contrapuestos; en éste sentido es, seguramente, mas fácilmente chantajeable que muchos de nosotros.
No, no, no y no. Así de elocuente(?) y contundente negó por cuatro veces -una más que San Pedro a Jesucrito- el portavoz del gobierno la presunta implicación del presidente del gobierno en el escándalo semidesvelado de la Operación Lezo; ¿estuvo presente en el lugar de los hechos por los que se preguntaba el señor Méndez de Vigo?, ¿los conoce de primera mano, para poder negar tan radicalmente? La inquisición y la "probatio diabólica" son cosa del pasado, quiso zanjar el portavoz; ¡quién lo diría!, a la vista de muchas de las leyes aprobadas por el PP, como la denominada Ley de Seguridad Ciudadana, en las que todo ciudadano es sospechoso, o directamente culpable, mientras no se demuestre lo contrario.
Se lee en el evangelio que después de la tercera negación de Pedro, el gallo cantó por segunda
vez, cumpliéndose así al pie de la letra la predicción de Jesús
durante la última cena. En aquel momento, dice el texto bíblico, Pedro se acordó de lo que le había dicho Jesús y se puso a llorar. Aquí, el gallo se está quedando afónico, pero llantos -que sepamos- pocos. Arrepentimiento, ninguno.
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