jueves, 11 de mayo de 2017

Posverdad

Es tendencia últimamente creer que con una nueva palabra se describen, también, pensamientos nuevos; ideas, hechos, acciones, todo nuevo; como recién sacado del horno. Lo cierto es que, repasando la historia de la humanidad, hace muchos siglos -incluso de antes de tener constancia escrita- que los fundamentos de las relaciones sociales entre seres humanos son exactamente los mismos; quiero decir que tampoco en ésto hay nada nuevo bajo el sol, a excepción, quizá, de imaginativos eufemismos, como puede ser éste caso.
Y es que se viene utilizando desde no hace mucho  el neologismo posverdad, que ha tenido mucho éxito debido a que tal denominación parece referirse más a la descripción de una verdad definitiva -la verdad resumen- que a una técnica de manipulación de las masas a fin de que éstas antepongan criterios emocionales a los racionales y admitan como verdad -alternativa- lo que objetivamente no lo es; resulta evidente que esa misma técnica manipulatoria tiene su antecedente inmediato en los 11 principios de la propaganda atribuídos a Goebbels, pero yendo aún más atrás, históricamente -de siempre- las élites directivas, ya se trate de dictadores, tiranos, reyes, oligarcas, o magnates, han recurrido a apelar a las emociones del pueblo, de la plebe, de las masas, como forma de que éstas olviden -o pospongan durante el tiempo suficiente- hechos y datos objetivos y que, en definitiva, se perpetue el statu quo relativo a la división entre los de arriba y los de abajo, los que mandan (pocos) y los que obedecen (la mayoría). Hay quien cree -yo entre ellos- que la posverdad es una nueva denominación políticamente correcta de la mentira, la falacia o la estafa que acompañan -como las moscas- y son consustanciales a la humanidad desde tiempos inmemoriales,  sobre todo en lo que atañe a la política y a las relaciones sociales. Para mí que la posverdad viene a ser la utilización intencionada  por medio de la propaganda de bulos, plagios selectivos, datos sin contexto, semiverdades, mentiras y -sobre todo- ruido, en las adecuadas proporciones y a nivel extenso y masivo.
Si alguien precisara de un ejemplo concreto para saber a qué se están refiriendo cuando oye el término posverdad, puede revisar  las declaraciones del fiscal general del Estado, José Manuel Maza o del ministro de Justicia, Rafael Catalá,  en su comparecencia ante la Comisión de Justicia del Congreso de los Diputados para aclarar las interioridades y la gestión por parte de las instituciones del Estado del denominado caso Lezo. Es muy probable que acabe concluyendo que la posverdad es, en realidad, un conglomerado de manipulaciones, medias -o cuartas- verdades,  y mentiras descaradas. O sea, la fórmula tradicional del fraude de siempre.

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