El señor Mariano Rajoy está seguramente imbuido de esa esencia tan racial que supone "sostenella y no enmendalla", y así, como cuando sacó con reiteración a pasear a aquella niña que provocaba en muchos bastante vergüenza ajena, persiste -con la que está cayendo y los nubarrones que se divisan- en querer hacer llegar la felicidad a todos los españoles, y ha cerrado uno de sus discursos de campaña animando de nuevo a los asistentes "a ser felices". Si la felicidad es la ausencia del dolor, tal y como se recordaba en la antigua publicidad de un analgésico, parece que el señor Rajoy se ha empeñado en repartirnos una píldora a cada uno; al menos a cada uno de los votantes del PP. En ese loable deseo, puede estar tranquilo el señor Rajoy, en el generalmente admitido supuesto de que los tontos son los más felices, seguro que cumplimos la cuota, si creemos con Baltasar Gracián que "son tontos todos los que lo parecen y la mitad de los que no lo parecen". Aunque más bien creo que lo que pretende con su píldora es volvernos al "estado natural", en el que tal como un animal o un niño, seamos todos buenos, ignorantes y felices, sin hacernos muchas preguntas, que para eso ya están los estadistas, como él. Que formemos todos una buena masa de votantes acríticos, de borregos en perfecto rebaño, como ya una vez aconsejó para el PP el políticamente desaparecido señor Pizarro.
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