I.
O sea, que el presidente del PP ha prometido devolver la felicidad a los españoles. ¡Vaya!, son insospechadas las cosas que el señor Mariano Rajoy guarda en su cabeza. Tan pronto se encuentra una niña como un proyecto de felicidad que la Humanidad lleva buscando desde mucho antes de los filósofos griegos. Cabe deducir que ello es posible debido a que posee una enorme cabeza, como todo verdadero estadista. Puestos a buscarle pegas a su filantrópico proyecto, echo en falta que no sea ecuménico, ya que lo de devolver debe querer decir que sólo recobrarán la felicidad los que la tuvieron -bajo anteriores gobiernos del PP, seguramente- y por tanto totalizamos un buen pico los que continuaremos mohínos bajo la crisis. Es decir, que el señor Rajoy debería afinar un poco esta promesa para sucesivas re-ediciones en lo que le queda de campaña electoral: todos queremos ser felices. Y también, ya que parece ser gratis, que nos ofrezca elegir entre eudomonismo (según Aristóteles) y hedonismo (según Epicuro). Felices, pero no revueltos.
II.
Ya antes de comenzar la campaña electoral, Mariano Rajoy, como un Papá Noel total -y anticipado- ha prometido devolver la felicidad a los españoles, nada menos. Claro, que este glorioso anuncio lo hizo en un mitin-almuerzo ante 5.000 simpatizantes del PP que habían pagado 17 euros por asistir al acto y es probable que el presidente del PP se creyera obligado a corresponder con algo para acompañar al postre y al chupito de aguardiente de hierbas.
Ya hay quien a señalado que este tipo de promesas les cuadran más a los autócratas -que así disimulan sus evidentes fracasos- que a los demócratas; Franco, en la mísera España de posguerra se empeñó en convencer a los españoles que tenían un Imperio a la vuelta de la esquina. Por tanto creo que el señor Rajoy ha perdido una excelente oportunidad de callarse y ejercer ese sentido común del que tanto presume al prometer semejante cosa. Puede que sea un consejo de sus asesores electorales, en el convencimiento de que todo vale y de que es posible que alguien pique, aunque a la mayoría nos pille un poco coriáceos esta promesa con reminiscencias filosóficas y, como mucho, nos dé material para hacer chistes. En todo caso, ya metidos en campaña, veremos; ¿nos prometerá el cielo en la vida futura?. Las mejores promesas -para quien promete- es posponer su cumplimiento para cuando sea difícilmente verificable o ya no tenga importancia.
III.
O sea, que el presidente del PP ha prometido devolver la felicidad a los españoles. Atentos a la palabra devolver, que debe querer decir que el que antes no la tuviera tampoco la va a disfrutar bajo el mandato del PP: unos cuantos a descontar. Tampoco ha precisado el señor Rajoy -y bastante se estará arrepintiendo ya de lo que ha prometido- a que fecha nos va a retrotraer en nuestro nivel de felicidad. Según uno de sus cabezas de lista, el señor Arenas, a 1996, a cuando de cada diez empleos que se creaban en Europa, ocho lo eran en España. Lástima que haya tantos pisos vacíos y que apenas quede ya suelo urbanizable. Mucho me temo que éste prometido regreso a la felicidad sea, para la mayoría, mucho más difícil que el regreso a la infancia.
O sea, que el presidente del PP ha prometido devolver la felicidad a los españoles. ¡Vaya!, son insospechadas las cosas que el señor Mariano Rajoy guarda en su cabeza. Tan pronto se encuentra una niña como un proyecto de felicidad que la Humanidad lleva buscando desde mucho antes de los filósofos griegos. Cabe deducir que ello es posible debido a que posee una enorme cabeza, como todo verdadero estadista. Puestos a buscarle pegas a su filantrópico proyecto, echo en falta que no sea ecuménico, ya que lo de devolver debe querer decir que sólo recobrarán la felicidad los que la tuvieron -bajo anteriores gobiernos del PP, seguramente- y por tanto totalizamos un buen pico los que continuaremos mohínos bajo la crisis. Es decir, que el señor Rajoy debería afinar un poco esta promesa para sucesivas re-ediciones en lo que le queda de campaña electoral: todos queremos ser felices. Y también, ya que parece ser gratis, que nos ofrezca elegir entre eudomonismo (según Aristóteles) y hedonismo (según Epicuro). Felices, pero no revueltos.
II.
Ya antes de comenzar la campaña electoral, Mariano Rajoy, como un Papá Noel total -y anticipado- ha prometido devolver la felicidad a los españoles, nada menos. Claro, que este glorioso anuncio lo hizo en un mitin-almuerzo ante 5.000 simpatizantes del PP que habían pagado 17 euros por asistir al acto y es probable que el presidente del PP se creyera obligado a corresponder con algo para acompañar al postre y al chupito de aguardiente de hierbas.
Ya hay quien a señalado que este tipo de promesas les cuadran más a los autócratas -que así disimulan sus evidentes fracasos- que a los demócratas; Franco, en la mísera España de posguerra se empeñó en convencer a los españoles que tenían un Imperio a la vuelta de la esquina. Por tanto creo que el señor Rajoy ha perdido una excelente oportunidad de callarse y ejercer ese sentido común del que tanto presume al prometer semejante cosa. Puede que sea un consejo de sus asesores electorales, en el convencimiento de que todo vale y de que es posible que alguien pique, aunque a la mayoría nos pille un poco coriáceos esta promesa con reminiscencias filosóficas y, como mucho, nos dé material para hacer chistes. En todo caso, ya metidos en campaña, veremos; ¿nos prometerá el cielo en la vida futura?. Las mejores promesas -para quien promete- es posponer su cumplimiento para cuando sea difícilmente verificable o ya no tenga importancia.
III.
O sea, que el presidente del PP ha prometido devolver la felicidad a los españoles. Atentos a la palabra devolver, que debe querer decir que el que antes no la tuviera tampoco la va a disfrutar bajo el mandato del PP: unos cuantos a descontar. Tampoco ha precisado el señor Rajoy -y bastante se estará arrepintiendo ya de lo que ha prometido- a que fecha nos va a retrotraer en nuestro nivel de felicidad. Según uno de sus cabezas de lista, el señor Arenas, a 1996, a cuando de cada diez empleos que se creaban en Europa, ocho lo eran en España. Lástima que haya tantos pisos vacíos y que apenas quede ya suelo urbanizable. Mucho me temo que éste prometido regreso a la felicidad sea, para la mayoría, mucho más difícil que el regreso a la infancia.
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