En el debate a cinco televisado ayer, Gaspar Llamazares, cual Pepito Grillo instalado -no sé si intencionadamente- en el centro de una mesa semicircular, reiteraba con un temblor en la voz posiblemente achacable tanto a la indignación como a los nervios, los hechos que constituyen la evidente realidad de las consecuencias de la crisis en este país. Básicamente, ajustes que implican recortes en los servicios públicos esenciales y, simultáneamente, mayor enriquecimiento de los ricos, los bancos, el gran capital -por partida doble, defraudando y beneficiándose de exenciones- que vé en esta crisis una oportunidad irrepetible de "hacer negocio" a costa de las penurias de los más desfavorecidos. No recuerdo que ninguno del resto de los intervinientes desdijera lo fundamental de su exposición, a lo más, un Jaúregui doctoral le dijo que simplificaba los problemas. Pero a veces la realidad es muy sencilla, sólo se necesita la voluntad de entenderla. En general, como admiten los científicos, si un modelo teórico es sencillo tiene más posibilidades de ser cierto. No parecían de esa opinión el resto de los contertulios, empeñados en asumir -como abducidos por el Gran Pensamiento Unico- la inevitabilidad de ajustes y recortes y como priorizarlos.
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