martes, 15 de noviembre de 2011

Tecnocracia e ideología

I

Destaco una frase del artículo -La ideología de los tecnócratas- de Joaquín Estefanía en El País: "Quizá Europa pueda salir del mal momento económico pero a cambio de una reducción de la calidad de sus instituciones y de la propia democracia", que debo reconocer que por la exactitud de su análisis me produce una profunda desazón de principio a fin; quizá Europa pueda salir del mal momento económico actual -no parece nada seguro, sin unos cambios estratégicos y estructurales muy profundos- pero a cambio de la reducción de la calidad de las instituciones y la democracia que, realmente, nunca han sido en Europa como para tirar cohetes: una incierta posibilidad de mejora a cambio de un empeoramiento cierto.
Y es que, además de que la tecnocracia tiene la evidente propensión a ignorar al ser humano, los tecnócratas, por definición, no tienen -supuestamente- ideología. Es más, ellos -que prefieren ser denominados técnicos- sólo se responsabilizan de cómo hacer las cosas que otros les encomiendan, se consideran herramientas eficientes para realizar cualquier misión. Pero cuando un país pone al frente de su destinos a un tecnócrata está renunciando -en democracia- a transmitirle la encomienda de un proyecto de futuro para ese país; el proyecto ya está fijado -por otros, por alguien- y sólo se pretende de él que lo ejecute conforme a las instrucciones recibidas
Paul Krugman ha comparado las normas del BCE -derivadas, al parecer, de la experiencia de la crisis económica de los años 70- con la Línea Maginot francesa, prevista para una repetición de la guerra de 1914 y que resultó perfectamente inútil frente a la guerra relámpago practicada por los alemanes en la segunda guerra mundial. Y eso debe ser lo peor: nos dictan las normas estrategas económicos que van con una guerra de retraso. Y que aducen ser tecnócratas como si fuera un mérito, disculpándose por tener que ejercer transitoriamente como políticos.

 II

A los tecnócratas de Franco, encargados de llevar a cabo el Plan de Estabilización de 1959 y los subsiguientes Planes de Desarrollo, sí que se les suponía ideología: eran numerosos los que estaban próximos al Opus Dei, pero eso no impidió que hicieran otra cosa que seguir las recomendaciones del Banco Mundial y del FMI. 
Los tecnócratas -ellos prefieren denominarse técnicos, que parece más limpio- de la Europa de hoy, encargados de asumir, de momento, los gobiernos de Grecia e Italia dicen no tener ideología, se consideran a sí mismo puras y eficientes herramientas. ¿En manos de quien?, debería ser la pregunta inmediata. No en manos de la ciudadanía, que ni siquiera formalmente los ha elegido; todo indica que siguen las directrices de "los mercados", es decir, de la banca y del gran capital.
O sea, que quedan ya muy lejos las utopías tecnocráticas del conde de Saint-Simon consistentes en regular científicamente  la política y también los deseos de Joaquín Costa de establecer un "gobierno de sabios". Hoy, cuando un 0,16% de la humanidad acapara el 66% de la riqueza y recursos de la Tierra, está claro a que ideología sirve ésta tecnocracia que dice no tenerla.

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