A cuenta de la supuesta broma de Francisco Rico cuando este concluía su artículo contra la ley antitabaco con la contundente postdata "no he fumado un cigarrillo en mi vida", y que ha generado una prolongación del debate entre la defensora del lector, Milagros Pérez Oliva y Javier Cercas, este último afirma que "que la validez de un argumento es independiente de quien lo esgrime: dos más dos son cuatro independientemente de que quien lo afirme sea matemático o torero", una actualización de la frase "la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero". Y creo que tiene razón. Tanta como si dijera "una falacia es una falacia, la diga quien la diga". Porque es notable la tendencia que recientemente vengo observando en figuras de reconocido prestigio intelectual, a los que se le supone formación, criterio y objetividad por encima del ciudadano común, en su desinhibida capacidad en enhebrar un desatino tras otro en lo tocante a la ley antitabaco -sobre todo si son fumadores- gracias a una utilización intensiva del argumentum ad verecundiam y falacias sucesivas. Y es que lo que todos ellos pretenden es, precisamente, utilizar el prestigio de su nombre para validar los argumentos -a veces pobrísimos- que utilizan, como una renovada forma del argumento de autoridad. En todo caso, señor Cercas, por bajar a lo concreto desde el Olimpo de las grandes ideas, podríamos poner un ejemplo respecto a la dependencia real que existe entre ciertos argumentos y quien los esgrime: Franco describía su régimen como una democracia -eso sí, orgánica- en este país. Mientras, en esas mismas fechas, De Gaulle -por hablar de otro militar ejerciendo de político- hacía lo mismo en Francia. ¿Hablaban de lo mismo, o era más verdad en un caso que en otro?
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