En relación con la reciente convulsión política que recorre el mundo árabe cabe resaltar como resumen de la hipócrita actitud del "primer mundo" al respecto, el que ahora nos estemos dando cuenta de lo dictatoriales y represivos que resultaban -y resultan- los regímenes instalados en esos países, cuando para ello no había si no que reparar en la llamativa característica de que muchos de ellos resultaran ser hereditarios. Y de que, a esos efectos, fuera irrelevante que se tratara de monarquías, emiratos o supuestas democracias: en todos los casos -salvo en aquellos en los que existe una situación de guerra de intensidad variable: Iraq, Afganistán, Sudán, Chad, etc.- el poder político efectivo lo detenta un reducido grupo, dinastía o clan, cuya intención declarada u oculta es perpetuarse en el poder mediante el primitivo procedimiento de la herencia directa del país y de todos sus súbditos. Parece que de todo ello nos estemos enterando ahora en el mundo occidental, sin que sospecháramos lo más mínimo cuando políticos franceses iban a veranear gratis a Egipto, nuestra familia real intercambiaba visitas con sus "primos" en Marruecos, o el coronel Gaddafi plantara su "jaima" cerca del palacio del El Pardo en Madrid o en los jardines del Hotel Marugny de París, donde recibía a los más altos dignatarios occidentales.
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