Es sabido que la historia la escriben los vencedores. Los historiadores, sí, aportan documentos y analizan y explican porqué vencieron los vencedores o, si no queremos ser tan maniqueos, porqué pasó lo que pasó. Sobre la intentona golpista del 23F en la que anualmente la clase política se autohomenajea -este año más, al cumplirse los 30- siempre me he preguntado si hay para tanto. La excelente obra Anatomía de un instante de Javier Cercas -a medio camino entre el ensayo histórico y el retrato psicológico- nos muestra el complejísimo entramado que era España en los comienzos de 1981 y las tensiones a las que estaba sometido este país, y como en ese escenario todos -partidos, el Ejército, agentes sociales, organizaciones sindicales y empresariales y la propia Corona- habían contemplado un variado conjunto de soluciones antidemocráticas que iban desde golpes blandos a el tradicional golpe de Estado para acabar finalmente en un gobierno de concentración nacional bajo una autoridad militar. La misma sociedad española, la que salió dos días después a la calle para celebrar el triunfo de la democracia y el fracaso del esperpento de Tejero, hubiera aceptado sin mayor inconveniente la instauración de un gobierno de salvación por el procedimiento que fuera. Todos apoyaban directa o indirectamente algún tipo de solución obviando los procedimientos democráticos recién instaurados. Todos salvo Adolfo Suárez, Gutiérrez Mellado y Santiago Carrillo, curiosamente los mismos que no cumplieron la orden de los golpistas de arrojarse al suelo en el Congreso de los Diputados. Ellos y los Secretarios y Subsecretarios de Estado que mantuvieron la legalidad mediante un gobierno alternativo al secuestrado en el Congreso serían los únicos merecedores de homenaje.
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