Pero hoy aquí quiero recordar la figura de otro heterodoxo también brillante y original, la de José de Elola y Gutiérrez, de la que tuve pronto conocimiento -por mi profesión- al haber sido, entre sus otras actividades, autor de tratados sobre Topografía e inventor de aparatos en ese campo (brújula taquimétrica autorreductora y la famosa mira Elola, permeable al viento). Elola (coetáneo y paisano de Manuel Azaña, aunque supongo que, de conocerse, no hubiera entre ellos mucha afinidad ideológica), coronel de Estado Mayor y que, como tal, planificó las defensas de Puerto Rico poco antes de la guerra hispano-norteamericana de 1898, fué también el coronel Ignotus, seudónimo que utilizó para firmar una larga saga de originalísimas novelas de ciencia-ficción -Biblioteca novelesco-científica- tal que ésta; es cierto que conservó su rango militar en el seudónimo con que firmaba sus obras, pero todo lo demás es pura imaginación premonitoria. Hoy, la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror celebra los HispaCon y concede los Premios Ignotus a las consideradas mejores obras de ciencia ficción.
Como muestra de su incuestionable originalidad, incluyo la sinopsis de otra de sus novelas, Amor en el siglo cien: dos novios bilbaínos (de nombres y apellidos tan poco vascos como Inés Ramírez y Juan García) son accidentalmente hibernados en el año 2000 (que también era futuro lejano en 1922, el año que fué publicada la obra) y reanimados en el siglo cien. En el mundo futuro en el que despiertan -aunque se habla una versión actualizada de esperanto, ellos logran entenderse en euskera, que continúa siento utilizado por los vascos del siglo cien- una de las fuentes de energía más utilizada es la
energía del amor -en realidad, la generada durante (o previamente) el acto sexual en las denominadas yuntas amatorias- energía que se mide en electrocupidios y que es extraída de jóvenes
parejas de amantes pertenecientes a la clase social baja (sí, en el siglo cien continúan existiendo diferentes clases sociales). Mientras, las clases
altas disfrutan de las ventajas y comodidades propias de su clase -una característica también intemporal- conformando una sociedad decadente y de
relajadas costumbres morales, educada en la promiscuidad y en la que religión ha sido transferida para uso exlusivo de las
clases bajas. Pero el amor de
los bilbaínos provenientes del siglo XX es tan grande -pese a la hibernación- que, a causa de un escape accidental, sobrecargan el sistema con una ola de amor puro que se
extiende por todo el mundo cual benéfica pandemia, una inundación generalizada de bondad
y amor al prójimo que provoca la abolición del sistema oligárquico y la supresión de la casta de los parias de la clase baja,
que a partir de entonces serán considerados como auténticos seres
humanos: el revolucionario comienzo de una nueva sociedad, nacida
del amor de los dos protagonistas. ¿A quien se le ocurre hoy algo parecido, que me apunto?
Rafael Azcona,
cuando le contaban algún sucedido de esos intensamente tragicómicos en
los que se inspiran sus guiones, confesaba a quien se lo contaba: ¿sabes?, eso me reconcilia con la vida. A mí, una de las cosas que me
reconcilian con la vida en este país, del que muchos -con la excepción conocida del permanente neófito James Rhodes- renegamos frecuentemente, es que, de entre la mayoría de embestidores de mucha testuz y poco seso, surge de cuando en cuando un deslumbrante heterodoxo, de los que hacen comprender que entornos hostiles propician especímenes sorprendentes. La ley universal de la compensación, será. Elola y su mente permeable al viento de la imaginación.