viernes, 25 de diciembre de 2020

Déjà vu taurómaco, realmente


Cuando parecía que no deberíamos esperar sorpresas del tradicional discurso dirigido en éstas fechas por el Jefe del Estado a los españoles y que, una vez más, nos tocaría cabrearnos sordamente ante el habitual -e insustancial- buenismo (sobre todo al recordar aquél la justicia es igual para todos pronunciado por su padre y predecesor en el cargo en idénticas circunstancias), hete aquí que, efectivamente, era lo que parecía: con la que ha caído y está cayendo, por si no queríamos buenismo, más de lo mismo (y me ha quedado un pareado); todo se ha reducido, de nuevo a un hilvanado de inquietudes y reflexiones que quedan como mero ejercicio teórico sobre la realidad del país, y aún ésto, parcial y sesgado.
Tras un calentamiento ambiental previo a cargo de TVE, recordando lo buenísima que es la realeza para  los españoles y sus desvelos para con ellos, cual supernumerario toro para rejoneo, se produjo la faena real:

De nuevo -y previsible- una apelación a la democracia y a  la convivencia basada en el cumplimiento de la Constitución, cuando es patente  que hace tiempo que se produce una aplicación selectiva de la misma. Sin embargo, ninguna observación respecto a comentarios de militares -de los cuales es formalmente jefe-  respecto a fusilar a más de la mitad de la población: se referirá a convivencia sólo entre los que fusilan.  Una chicuelina.

De nuevo -y previsible- una apelación a la ética, la de una monarquía renovada, cuando todo lo que ha mencionado en relación con la conducta poco ética de su padre y predecesor en la Jefatura del Estado ha sido su propio compromiso personal en cuanto a una conducta integra, honesta y transparente, como garantía institucional:  parece que esos parámetros -y la consecuente justificación de responsabilidades- no son de aplicación a anteriores monarquías que no están sujetas a tales parámetros éticos, reconociendo, no obstante, que los principios éticos están por encima de consideraciones personales o familiares; otro capotazo, una vistosa larga cambiada casi lagartijera, en esta ocasión.

De nuevo -y previsible- un reconocimiento de la precariedad de nuestro futuro si por tal entendemos el de los jóvenes de este país, bien formados en un considerable porcentaje, pero instalados en trabajos precarios, o que se ven obligados -no por propia elección- a emigrar; los jóvenes son los más perjudicados. No nos podemos permitir una generación perdida; es evidente, ¿qué propone para evitarlo después de una década en esa situación? Un trincherazo, creo.

Y, finalmente, la novedad de este año, la pandemia de CoVid-19, frente a la que se requiere un gran esfuerzo colectivo, en el que cada uno siga dando lo mejor de sí mismo en función de sus responsabilidades y de sus capacidades; en dos palabras, como diría Jesulín de Ubrique: im-presionante; ¿no es aplicable ese esfuerzo colectivo a todos y cada uno de los aspectos de la vida social del país?; a eso se llama hablar para rellenar un discurso. Un pase de pecho rematado con un desplante.

A pesar de todo, y considerando la bondad fundamental de los españoles -no es extraño que coleccionemos tantos santos reconocidos por la Iglesia católica, pese a nuestro paganismo, paradójicamente- tenemos que afrontar el futuro con determinación y seguridad en nosotros mismos, en lo que somos capaces de hacer unidos, con confianza en nuestro país y en nuestro modelo de convivencia democrática; pues nada, un estatuario de adorno.

Dicen que no hay quinto malo; no sé, parece que éste quinto discurso de Felipe VI como Jefe del Estado español ha sido como los anteriores: perfectamente inocuo y prescindible; una faena de aliño. Mientras no le devuelvan el toro a los corrales todo bien, parece.

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