martes, 15 de septiembre de 2020

El cono del silencio.

Los dirigentes de los partidos -los que tienen una cierta historia, al menos desde la Transacción del 78- tienen la costumbre de negar a sus antecesores, generalmente superando las tres veces que San Pedro negó a Cristo; negación que suele incluír expresamente  varios yo no estaba, yo no era, yo no sabía para rematar con un me sorprende y me disgusta eso que usted afirma sobre la corrupción en mi partido; M. Rajoy llegó incluso a rizar el rizo afirmando que la trama Gürtel era una conspiración contra el PP, al igual que Esperanza Aguirre afirmaba -sin ruborizarse- que ella había sido  quien había destapado, sin ser consciente -desconocimiento casi virginal- esa misma trama. Como antecedentes cercanos de ese proceso de negación tenemos a Isabel Díaz Ayuso, que aseguraba ser la otra -nada que ver con Esperanza Aguirre o Cristina Cifuentes- y ahora es Pablo Casado quien afirma que él, en la época de los casos de corrupción del PP -y el posterior intento de volver a poner la tapa a la Gürtel creando y utilizando  la denominada policía patriótica, utilizando para ello recursos públicos- era un simple diputado por Ávila, provincia que, como todo el mundo sabe, está bajo un gigantesco cono del silencio como aquél -que ni era un cono ni resultaba ser muy silencioso- a que tan adicto era Maxwell Smart (Superagente 86); cono que en éste caso, además, dispone de un filtro especial para todo lo que suene a corrupción en el PP, y así es difícil que él pudiera enterarse de nada: ni la una ni el otro se consideran responsables de lo que ocurría en el PP en la época en que se estaban produciendo los casos de corrupción en su partido.

Pero no es sólo que cuando se acepta la responsabilidad de dirigir un partido político y se recibe la herencia del anterior equipo directivo se entiende que dicha herencia se recibe íntegramente -es decir, deudas incluídas- es que, además, -y sobre todo- tanto Isabel Díaz Ayuso como Pablo Casado ocupaban ya entonces puestos relevantes en la organización del PP y aún más, ambos estaban muy cerca de la información que se manejaba en el PP a todos los niveles (no olvidemos que ya entonces Pablo Casado gozaba de la confianza de políticos del PP como Alfredo Prada, Esperanza Aguirre y José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso estaba igualmente a las órdenes de Alfredo Prada, consejero de Justicia e Interior del Gobierno la Comunidad de Madrid, dirigiendo su departamento de prensa, ganándose la confianza de Esperanza Aguirre mientras tuiteaba los pensamientos políticos de Pecas, el perro de ésta; Prada fué en 2008 objeto de contravigilancia -la famosa gestapillo de Madrid- posiblemente como producto de la competencia entre las tramas Gürtel y Púnica): y que fué justamente la información que ambos poseían debido a sus respectivos cargos la que seguramente hicieron valer para escalar a sus actuales puestos directivos (no olvidemos tampoco que tanto Esperanza Aguirre como Cristina Cifuentes fueron valedoras cercanas de Isabel Díaz Ayuso en su acceso a la candidatura a la presidencia de la Comunidad de Madrid por el PP y que Dolores de Cospedal -actualmente investigada en el caso Kitchen- la valedora decisiva de Pablo Casado -contra Soraya Saénz de Santamaría- en su proceso de elección como presidente del PP; todo hace sospechar, pues, que sea fundamentalmente falso que ambos políticos ignoraran -ya entonces- las profundas implicaciones estructurales dentro del PP de lo que suponían los casos de corrupción que se han ido conociendo públicamente con posterioridad y en incesante cadencia; por resumirlo gráficamente, ambos llevan tan adherida la mierda a las suelas que ni cambiándose de zapatos harían que el olor desapareciera (que parece ser que es lo que Pablo Casado se está planteando con el abandono de la sede del PP de Génova 13: un desesperado alejamiento de tan enmierdado edificio; todo un símbolo irradiando pútridos efluvios).

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