En la Ponencia marco del 39 Congreso del PSOE (2017), donde ese partido se propone la forma de afrontar el futuro de éste país, ya desde el comienzo del preámbulo se identifican los peligros: inseguridad, incertidumbre, desprotección...¿para quién, nos podríamos preguntar?, para la mayoría, se nos informa; si eso es así, lo importante no sería dilucidar si el debate es académico o político, sino constatar que es realmente vital para una mayoría social. Y debería reconocerse, al tiempo, que esos peligros vienen derivados de una inmersión total en el sistema capitalista que jamás se pone en cuestión a lo largo de la ponencia, ni siquiera a nivel teórico: la socialdemocracia reformista y generadora de acuerdos sociales ha demostrado reiteradamente en tiempos recientes carecer de la fuerza y los medios para sujetar a ese golem descerebrado pero de fuerza descomunal que es el capitalismo. Porque, efectivamente, si nuestra sociedad es hoy mucho más injusta y la igualdad de oportunidades y los derechos de la ciudadanía se han visto enormemente debilitados, todo ello no es sólo por la aplicación de las políticas del Partido Popular -que es sólo un instrumento ocasional y particular- sino por la aceptación de un sistema en el que la socialdemocracia mundial jugó un papel relevante durante la segunda mitad del siglo pasado sólo por la autoridad derivada de la posibilidad de la existencia de un socialismo real como alternativa al capitalismo; una vez desaparecida esa alternativa -tanto debido a la rigidez e inmovilismo internos en la puesta en práctica de ese socialismo real, como al permanente asedio global a esa antítesis sistémica- el golem se ha liberado de las molestas ataduras y el sistema occidental se muestra como lo que siempre realmente fué, pero con todas sus potencias desarrolladas: un sistema cuyo núcleo es la producción de bienes de consumo en base a políticas de incentivación artificial de ese mismo consumo, y cuyo objetivo principal es la obtención de beneficios sin reparar en que esa producción conlleve profundas injusticias sociales a nivel global y cuyo ritmo productivo implica la extinción cierta y a corto plazo de los recursos del planeta; no por nada el golem carece realmente de inteligencia: ya vació un río para inundar la ciudad, según la Leyenda de Praga.
Es difícil no coincidir con que España -y el mundo- necesita cambios profundos para enfrentarse a los retos del futuro, pero es difícil creer que podemos esperar una gobernanza de la globalización y los consiguientes cambios profundos vengan de la mano de quien, para empezar, comienza por la renuncia explícita a asociar el crédito de la socialdemocracia con los buenos resultados del Estado del Bienestar, como si se tratara de abjurar de una herejía (pese a que simultáneamente se propugne un Estado del Bienestar moderno, aunque no se explicita en que pueda consistir tal modernidad, ni quien ha de sujetar el nuevo pilar que se propone): si no se cree profunda, elementalmente y de forma indudable en lo social, lo de democracia es una pura figura retórica en la socialdemocracia.
En la ponencia se afirma también que el PSOE es un partido que mantiene su
inspiración socialista, pero sin veleidades antisistema -como si dijéramos, un aroma que no llegue a molestar, por intenso- para a continuación declararse igualmente una formación política inequívocamente de izquierdas y, aún más, la única izquierda posible para la transformación de la sociedad; aún reconociendo que el PSOE tampoco es inmune al virus de la demagogia. Evidente, ésto último, creo que no habría sido necesario explicitarlo.
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