domingo, 14 de agosto de 2016

El guiñol: Escena III (¡Todo por España!)

Tremendo Albert Rivera cuando le emerge su español-español auténtico: Alberto Carlos Rivera Díaz. En su artículo-soflama en El País de hoy llama a todos los españoles -naturalmente los políticos delante, para que no se espanten- a una Transición 2.0, plena de consensos, pactos y acuerdos por el bien del país, con objeto -entre otros- de no desperdiciar aquél oasis de coraje que fué la primera Transición. Que ésto, por sí solo, ya supone por su parte una ignoracia profunda -y grave, en el caso de un dirigente político- de la realidad histórica y política de los fundamentos de la Transición, además de excederse en su panegirismo: coraje hubo bastante más antes, durante la dictadura, e incluso después de la Transición  para que pudiéramos considerarla como un oasis de coraje. Pese a quien pese -y con el tiempo los historiadores pondrán las cosas en su sitio-, la Transición no fué más que la acomodación funcional de unas formas políticas obsoletas a algo que se pareciera  a una democracia pero manteniendo las esencias, personas e instituciones -con el conveniente lavado de cara- de la dictadura franquista. Esta operación de puesta al día tampoco fué, como se nos ha vendido reiteradamente, un invento autóctono, si no más bien una maniobra dirigida por las democracias occidentales, fundamentalmente EE.UU. a través de la socialdemocracia alemana como muñidores principales en la sombra.
Rivera nos informa de que en Ciudadanos hemos decidido que aunque no nos gusta el actual Gobierno ni creemos que Mariano Rajoy sea la persona adecuada para liderar una nueva etapa, es imprescindible que la legislatura y el país se pongan en marcha, atendiendo al resultado electoral del 26J, es decir, que atendiendo a los resultados de las elecciones, ¿creen estar obligados por responsabilidad de Estado -e ignorando los deseos de sus votantes- a dar continuidad a las políticas de un gobierno que no les gusta y cuyo presidente estiman que no es la persona adecuada?
En todo caso, las reconvenciones del señor Rivera, como autonombrado Salvador de la Patria, al PP y sobre todo, al PSOE -a sus compatriotas socialistas- sobre la responsabilidad de Estado que deberían asumir por el bien de España  me suenan a hueco, a patriotismo de hojalata, ese patriotismo que Ambrose Bierce definía en su Diccionario del Diablo como  basura combustible dispuesta a arder para iluminar el nombre de cualquier ambicioso; por no recordar la de Samuel Johnson, el patriotismo es el último refugio de los canallasLo cierto es que la responsabilidad del PSOE pasa, en primer lugar, por asegurar a sus votantes el respeto a las promesas que les hicieron para lograr su voto. Como el propio Rivera debería hacer con quienes votaron a Ciudadanos; en caso contrario, el señor Rivera no hará más que poner rostro a la definición, también de Bierce, de político: anguila en el fango primigenio sobre el que se erige la superestructura de la sociedad organizada. Cuando agita la cola, suele confundirse y creer que tiembla el edificio. Comparado con el estadista, padece la desventaja de estar vivo. Es éste último matiz el que hace que no crea que pretenda seriamente convestirse en estadista, por mucho que se disfrace de ello y envíe sus estadismos a El País para que sean publicados; por cierto, ¡para lo que ha quedado El País!

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