Hay personas que son lo que tienen y personas que tienen lo que son; es una forma de clasificar a mis congéneres que me suele funcionar. No hay ni que decir que en el mundo en que vivimos - apegados al consumismo, al capitalismo y a otros ismos tanto o más alienantes- las personas pertenecientes al primer grupo somos mayoría y las segundas muy raras, tanto es así que -haciendo un esfuerzo de memoria- sólo recuerdo la envoltura enjuta de un espíritu radiante, Vicente Ferrer, con anterioridad a José Luis Sampedro, al que ayer ví entrevistado por Jordi Evole. Pero escuchar a estas personas suele resultar para todos un necesario ejercicio de higiene mental.
Sampedro -también de cuerpo frágil pero con la cabeza lúcida y conservando sus maneras didácticas- desgranó su particular visión de un capitalismo al que, a pesar de no proponer sustituto, lo dió por cadáver andante como sistema social y económico. Cuando con humor metafísico y azconiano se refería a su propio deterioro físico -colocándose por la mañana la dentadura, los audífonos, etc.- parecía estar recordando el funcionamiento del capitalismo que acababa de mencionar. Para inmediatamente asegurar la inevitabilidad del fin de un sistema al que la falta de alternativas que moderen de una forma u otra su natural voracidad absoluta parece estar llevando al colapso, tal y como dicen que mueren algunos mosquitos: reventando por la sangre que chupan a los mamíferos.
En todo caso, creo que tiene razón Sampedro al explicar el porqué de que incluso los desfavorecidos del sistema capitalista -en Europa había 80 millones de pobres en 2010, hoy superan los 100 millones- persistan en considerarlo como el único sistema posible: el miedo que nos ha imbuído a todos el gran capital mediante sus mandados: la clase política al uso. Pero otro mundo es posible; tiene que ser posible.
Sampedro -también de cuerpo frágil pero con la cabeza lúcida y conservando sus maneras didácticas- desgranó su particular visión de un capitalismo al que, a pesar de no proponer sustituto, lo dió por cadáver andante como sistema social y económico. Cuando con humor metafísico y azconiano se refería a su propio deterioro físico -colocándose por la mañana la dentadura, los audífonos, etc.- parecía estar recordando el funcionamiento del capitalismo que acababa de mencionar. Para inmediatamente asegurar la inevitabilidad del fin de un sistema al que la falta de alternativas que moderen de una forma u otra su natural voracidad absoluta parece estar llevando al colapso, tal y como dicen que mueren algunos mosquitos: reventando por la sangre que chupan a los mamíferos.
En todo caso, creo que tiene razón Sampedro al explicar el porqué de que incluso los desfavorecidos del sistema capitalista -en Europa había 80 millones de pobres en 2010, hoy superan los 100 millones- persistan en considerarlo como el único sistema posible: el miedo que nos ha imbuído a todos el gran capital mediante sus mandados: la clase política al uso. Pero otro mundo es posible; tiene que ser posible.
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