I
A primera vista parece que no tiene nada que ver el naufragio del crucero Costa Concordia en el Tirreno con la crisis socio-económica global en que estamos inmersos, pero si procuramos informarnos un poco más allá de los titulares de los noticiarios, veremos que sí, que no solo guardan relación si no que -teniendo en cuenta lo impredecible que por naturaleza es cualquier accidente- podríamos pensar que es una consecuencia de la misma.
A la espera de que concluyan las investigaciones procedentes, es notoria la impresión generalizada de falta de profesionalidad de toda la tripulación del crucero para gestionar la eventualidad del desastre, tripulación al mando de un capitán acusado, por lo pronto, de "naufragio y homicidio culposo" y de "abandono de la embarcación antes de poner a salvo a todos los pasajeros", nada que ver con la imagen romántica del capitán como último en abandonar el barco, incluso hundiéndose con él: parecen haber caído en desuso tales niveles de autoexigencia y responsabilidad.
Me atrevo a suponer que un investigación rigurosa de las condiciones contractuales de todos y cada uno de los miembros de la tripulación arrojaría bastante luz respecto a las garantías de seguridad y niveles de responsabilidad en un medio de transporte que, por el sólo hecho de transportar a miles de pasajeros, debería de asegurar los más altos estándares en cuanto al control de riesgos. Que abaratar costes en mantenimiento y personal tiene consecuencias estadísticamente previsibles es la conclusión de muchas de las investigaciones de catástrofes de medios de transporte.
II
Según la compañía propietaria del crucero Costa Concordia, la tripulación estaba compuesta por 40 nacionalidades, en su mayoría asiáticos; la mayoría de ellos hablaba un precario inglés y se comunicaba por signos con los pasajeros y con el resto de la tripulación. Según los testimonios de supervivientes, muchos tripulantes no sabían ni bajar un bote salvavidas ni tampoco colocarse su propio chaleco.
Según Infocruceros.com -una página web que afirma ser el primer portal de cruceros en español- el Costa Concordia es -o era- un crucero generalista, no de lujo, y con una relación calidad precio razonable, aunque también menciona la heterogeneidad de la tripulación, el carácter agriado, el pasotismo y la actitud mejorable de ciertos tripulantes, investigado en base a ciertos comentarios sobre su carácter grosero. Podríamos suponer que su actitud se correspondía con las condiciones laborales en que estaban contratados y que permitían -entre otras cosas- ofrecer "un precio razonable". También es habitual que -seguramente para afinar costes- estos cruceros sean buques con bandera de conveniencia registrados en paraísos fiscales o en países con grandes exenciones tributarias.
Si a todo ello le unimos la manifiesta irresponsabilidad de su capitán, podríamos concluir que lo ocurrido en el naufragio del crucero -a la espera de que el vertido de combustible pueda controlarse- es lo menos que podría haber ocurrido. Hay catástrofes estadísticamente previsibles y que son una consecuencia más del esquema socio-económico en el que vivimos.
A primera vista parece que no tiene nada que ver el naufragio del crucero Costa Concordia en el Tirreno con la crisis socio-económica global en que estamos inmersos, pero si procuramos informarnos un poco más allá de los titulares de los noticiarios, veremos que sí, que no solo guardan relación si no que -teniendo en cuenta lo impredecible que por naturaleza es cualquier accidente- podríamos pensar que es una consecuencia de la misma.
A la espera de que concluyan las investigaciones procedentes, es notoria la impresión generalizada de falta de profesionalidad de toda la tripulación del crucero para gestionar la eventualidad del desastre, tripulación al mando de un capitán acusado, por lo pronto, de "naufragio y homicidio culposo" y de "abandono de la embarcación antes de poner a salvo a todos los pasajeros", nada que ver con la imagen romántica del capitán como último en abandonar el barco, incluso hundiéndose con él: parecen haber caído en desuso tales niveles de autoexigencia y responsabilidad.
Me atrevo a suponer que un investigación rigurosa de las condiciones contractuales de todos y cada uno de los miembros de la tripulación arrojaría bastante luz respecto a las garantías de seguridad y niveles de responsabilidad en un medio de transporte que, por el sólo hecho de transportar a miles de pasajeros, debería de asegurar los más altos estándares en cuanto al control de riesgos. Que abaratar costes en mantenimiento y personal tiene consecuencias estadísticamente previsibles es la conclusión de muchas de las investigaciones de catástrofes de medios de transporte.
II
Según la compañía propietaria del crucero Costa Concordia, la tripulación estaba compuesta por 40 nacionalidades, en su mayoría asiáticos; la mayoría de ellos hablaba un precario inglés y se comunicaba por signos con los pasajeros y con el resto de la tripulación. Según los testimonios de supervivientes, muchos tripulantes no sabían ni bajar un bote salvavidas ni tampoco colocarse su propio chaleco.
Según Infocruceros.com -una página web que afirma ser el primer portal de cruceros en español- el Costa Concordia es -o era- un crucero generalista, no de lujo, y con una relación calidad precio razonable, aunque también menciona la heterogeneidad de la tripulación, el carácter agriado, el pasotismo y la actitud mejorable de ciertos tripulantes, investigado en base a ciertos comentarios sobre su carácter grosero. Podríamos suponer que su actitud se correspondía con las condiciones laborales en que estaban contratados y que permitían -entre otras cosas- ofrecer "un precio razonable". También es habitual que -seguramente para afinar costes- estos cruceros sean buques con bandera de conveniencia registrados en paraísos fiscales o en países con grandes exenciones tributarias.
Si a todo ello le unimos la manifiesta irresponsabilidad de su capitán, podríamos concluir que lo ocurrido en el naufragio del crucero -a la espera de que el vertido de combustible pueda controlarse- es lo menos que podría haber ocurrido. Hay catástrofes estadísticamente previsibles y que son una consecuencia más del esquema socio-económico en el que vivimos.
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