Parece que es tendencia últimamente ligar salarios a productividad: siempre hay quien está dispuesto a descubrir la rueda. Se nos dice que en una economía global, la competitividad empresarial es un valor esencial: otra rueda. Porque, ¿como lograr este incremento de la competitividad?. Parece, a priori, razonable pensar que debería basarse tanto en la capacitación y cualificación de los trabajadores -capaces de añadir valor a lo producido- como en la recompensa individualizada al trabajo bien realizado y a la consecución de objetivos previamente establecidos. ¿Quien debe promover estas líneas de actuación?. A mi modo de ver, claramente el empresario.
Ahora, descendamos desde la nube teórica a la realidad del mercado laboral en nuestro país, para ver si es posible tal "modernización".
Aquí, padecemos cerca de un 30% de paro y dentro de los que tienen la suerte de trabajar, cerca de un 25% lo hace en empleos temporales y de mala calidad, todo ello simultaneado con una bolsa indeterminada de economía sumergida y trabajo "en negro": se trabaja en lo que sea y como sea, generalmente mal. El paro juvenil seguramente ha superado el 46% del pasado año.
Aquí, los empresarios tienen como objetivo fundamental "flexibilizar" el empleo, es decir, abaratarlo y precarizarlo, con lo que eso supone respecto a la capacitación y compromiso del trabajador contratado en tales condiciones abusivas: los empresarios parecen creer que la competitividad global pasa por disponer de mano de obra aún más barata que la de países del tercer mundo.
Aquí, gran parte de los empresarios tienen como herencia casi genética el "modus operandi" de la cultura del pelotazo, propia de los años inmediatos de vacas gordas y que en la práctica se asemeja a una economía de tierra quemada: después de mí, el diluvio; nada parecido a crear un tejido empresarial productivo y sostenible.
Aquí, padecemos un fraude fiscal -atribuible casi en su totalidad a la clase empresarial- de los más altos de los países de nuestro entorno: baste decir que, en promedio, los empresarios y autónomos declaran ganar la mitad que los trabajadores por cuenta ajena.
Aquí, padecemos cerca de un 30% de paro y dentro de los que tienen la suerte de trabajar, cerca de un 25% lo hace en empleos temporales y de mala calidad, todo ello simultaneado con una bolsa indeterminada de economía sumergida y trabajo "en negro": se trabaja en lo que sea y como sea, generalmente mal. El paro juvenil seguramente ha superado el 46% del pasado año.
Aquí, los empresarios tienen como objetivo fundamental "flexibilizar" el empleo, es decir, abaratarlo y precarizarlo, con lo que eso supone respecto a la capacitación y compromiso del trabajador contratado en tales condiciones abusivas: los empresarios parecen creer que la competitividad global pasa por disponer de mano de obra aún más barata que la de países del tercer mundo.
Aquí, gran parte de los empresarios tienen como herencia casi genética el "modus operandi" de la cultura del pelotazo, propia de los años inmediatos de vacas gordas y que en la práctica se asemeja a una economía de tierra quemada: después de mí, el diluvio; nada parecido a crear un tejido empresarial productivo y sostenible.
Aquí, padecemos un fraude fiscal -atribuible casi en su totalidad a la clase empresarial- de los más altos de los países de nuestro entorno: baste decir que, en promedio, los empresarios y autónomos declaran ganar la mitad que los trabajadores por cuenta ajena.
En éstas condiciones no es previsible -ni razonable- esperar que vaya a aumentar la productividad de las empresas españolas. Lo cual hará necesario -según las modernas teorías económicas- bajar los salarios. Que es lo que los empresarios de este país supongo que deben querer "demostrar". Acabáramos.
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