lunes, 29 de marzo de 2010

Treinta y cinco años después

Nunca, ni cuando se producía, la transición me pareció un milagro tal y como se vendió entonces y después, aquí y en el extranjero. Creo que se trató, más bien, de una transacción: vosotros subís, pero nosotros nos quedamos, parece que le dijo la clase política regidora del franquismo a la oposición democrática. Y esta última aceptó, a costa entre otras cosas, de continuar guardando en el armario -ahora de todos- numerosos cadáveres e ignorando otros, éstos reales, los enterrados en cunetas y descampados de este país. Porque tal parece que este país ha de continuar siendo un gigantesco armario en el que los descendientes de estos seres abandonados y víctimas de la barbarie incivil deban seguir asumiendo que sus padres y abuelos no murieron, si no que desaparecieron, y en el que los pocos que deciden investigar estas desapariciones seguramente tengan que enfrentarse a la justicia, acusados de querer administrarla. Esta es una muestra de la calidad de la democracia en que vivimos, treinta y cinco años después de nuestra  milagrosa transición.

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