En la decidida política de la Iglesia católica de mantener su secular inmovilismo -supongo que a causa del estatismo e inmutabilidad divinos- bajo una apariencia de preocupación por los problemas del mundo, en 2008, el cardenal Gianfranco Girotti, regente del Tribunal de la Penitenciaría Apostólica del Vaticano, presentó una nueva lista de pecados capitales, también denominados pecados sociales; todos ellos reconocibles y cercanos, tales como contaminar el medio ambiente, enriquecerse hasta límites obscenos a expensas del bien común, o causar pobreza a un semejante. Al parecer, los antiguos pecados capitales, que tenían ya más de 1.500 años, a duras penas llegaban a pecado en el mundo actual. Va a ser por eso, que el primero de ellos, la lujuria, le parezca disculpable o menor a la jerarquía católica, incluso cuando haya producido entre ministros de la Iglesia católica -urbi et orbi- una larga serie de casos de pedofilia. Habría que aclarar, sin embargo, que si bien la pedofilia -efebofilia, en su lenguaje- pudiera no ser ya pecado, continúa constituyendo un delito. Y que, aquí y ahora, delito y pecado ya no es lo mismo. Amén.
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