Ha sido rápido. El presidente del Gobierno nos aseguraba no hace mucho que, una vez sobrepasado el PIB de Italia, teníamos como referente y meta el de Francia. La crisis, según esos supuestos aquí no llegaba, la burbuja inmobiliaria crecía sin tasa. Nos llegó por fin la onda de la crisis y todo, repentinamente, dejó de ser lo que era: el sector inmobiliario, sobresaturado, se quebró, el paro inmediatamente aumentó, el consumo, en consecuencia, se resintió, los bancos, aunque al parecer seguían siendo solventes, no prestaban dinero por falta de seguridad en su retorno. Acabó, en fin, un ciclo económico a nivel general que aquí había concurrido con un modelo basado intensamente en la especulación y en el "pelotazo". Todo el mundo -literalmente- se golpeaba el pecho diciendo que era urgente restablecer medidas de control en la economía y cambios de mentalidad en el esquema capitalista. En esos hipotéticos aires de refundación económica, el Gobierno propuso incluso un nuevo modelo con la moderna y políticamente correcta denominación de economía sostenible. Pero el paro y el déficit público continuaron aumentando y los parches circunstanciales se mostraron insuficientes. Hoy, sólo algunos futurólogos económicos continúan vislumbrando brotes y asegurando que son verdes. La vicepresidenta económica, como forma de paliar de forma urgente los números rojos del Estado, nos anuncia la vuelta a lo que, finalmente y a pesar de todo, parece que mejor nos iba: el ladrillo. Creo que se atribuye a Pinochet una anécdota en la que manifestaba que bajo su mandato, Chile había dado un giro radical, una vuelta de 360 grados. Siempre hay un precedente para todo.
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