En tiempos antiguos se decía que la voz del pueblo era la voz de Dios; tan antiguos que se decía en latín: vox populi vox Dei. Rápidamente -en términos históricos- los obispos de la iglesia católica enmendaron este ingenuo despiste de los primitivos cristianos y ya Alcuino de York (735-804) citó esta frase para negarla, alegando que las masas están siempre bastante cercanas a la locura. Desde entonces, al menos, parece que la jerarquía institucional de la iglesia católica tiene en exclusiva la franquicia de la palabra divina. Para salir de dudas, le planteo al oráculo Google la afirmación "Dios nos habla", y éste me responde en milisegundos a través de una web católica confesa que -sorprendentemente- afirma que Dios nos habla de mil modos, pero que no lo escuchamos por el ruido interior que llevamos dentro. Efectivamente, maximizar la relación señal/ruido ha sido, de siempre, un parámetro fundamental en los sistemas de sonido, de lo que deduzco que la causa por la que no oímos directamente a Dios pudiera ser puramente técnica. Y, seguramente por esto, para evitar que el papa, supremo portavoz de Dios en este mundo, tuviera algún problema en la transmisión de su mensaje, el gobierno de la Comunidad de Valencia decidió gastar más de seis millones de euros en asegurar que su voz se transmitía alto y claro en cada uno de los actos de su visita a este país. ¡Y que son tres millones que, al parecer, se distribuyeron algunos intermediarios de la trama Gürtel, si se trataba de garantizar el filtro del ruido personal y otras posibles interferencias en el mensaje papal, es decir, de Dios!. De paso, constato que lo de Vox populi vox Dei parece estar definitivamente obsoleto, a todos los niveles.
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