Ya se sabe, las herramientas no son buenas ni malas, sólo el uso que hagamos de ellas puede ser evaluado. La tecnología, igual que nos brinda nuevas posibilidades, puede proporcionarnos considerables perjuicios, igual que nos facilita la vida, nos la puede complicar. El teléfono móvil, ese artilugio hace tan poquito imposible y que hoy es aparentemente imprescindible, puede llegar a resultar no ya molesto, si no francamente insoportable. En el tren de cercanías -mi transporte habitual- no es raro que todo el personal de un vagón salga de su apacible somnolencia al amanecer oyendo la bronca que de viva -muy viva- voz ese señor tan trajeado como nervioso está echando al infeliz que, al otro lado del móvil, no le tiene preparado el expediente para una importantísima reunión. Intentando reponernos -tras el agotamiento del repertorio de improperios del señor del traje que, además, ha expandido el aroma de su insoportable perfume con los gestos rotundos con que se animaba al hablar- de la parte alícuota de la bronca que nos ha correspondido a todos y cada uno de los viajeros, comenzamos a enterarnos, simultáneamente, tanto de las instrucciones para elaborar una correcta papilla para bebé -plátano, galleta, leche...- que una madre reitera hasta la saciedad a una primeriza canguro, como del aún más reiterativo diálogo tontorrón -jo tío, claro tío, no sé tío...- de una chica (no se sabe si sobrina o no) con alguien al otro lado del móvil. Si algún viajero pierde involuntariamente el hilo de alguna de las semiconversaciones no hay que preocuparse: aparecen más tíos y el azúcar en sucesivas ediciones de las mismas. Subo el volumen de mi reproductor de música y ni así evito oír un epíteto muy lucido que al señor del traje se le había olvidado y que repite varias veces en un volumen de voz cada vez más alto, de tal manera que la mamá, insegura, se ve obligada a comenzar desde el principio con la receta de la papilla, además de decir a la que imaginamos saturada canguro que le ponga el termómetro a Vanesa, porque ha notado que estaba muy caliente. Más o menos como todos nosotros -involuntarios oyentes- a esas alturas. Pero a grandes males grandes remedios. O lo de la cuña de la misma madera. O quien a móvil mata, a inhibidor muere: veo que en la tienda del espía venden inhibidores portátiles de teléfonos móviles -con un radio de acción de 10 metros- a 257 euros. Los grandes remedios parece que también son caros, en consonancia. Puedo proponer a los escasos viajeros que veo que no utilizan el móvil financiarlo a escote.
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