lunes, 13 de enero de 2020

No todo es relativo.

Algunos tienen verdadero empeño en demostrar que todo es relativo y no sólo a nivel físico, tal como postuló Einstein hace algo más de un siglo, sino tambien a nivel histórico y sociológico; en el convencional -desde la Revolución Francesa- arco político que va de la izquierda a la derecha, del progresismo a la reacción conservadora (reacción al progresismo y conservadora de los privilegios de una minoría), la conciencia de la posición de cada cual y de cada formación política en él, sí parece relativa, por ejemplo, cuando el PSOE proclamaba recientemente somos la izquierda, -les faltó asegurar que la verdadera, aunque siempre que pueden mencionan el certificado de los 140 años de antigüedad, como si su partido se tratara de un restaurante, una bodega o una tienda de ultramarinos- o cuando se adjudican certificados de comunistas tanto a los que así se declaran como a los que con parámetros más realistas cabría únicamente calificar como socialdemócratas; es decir, no siempre coinciden ni las etiquetas ni las autoetiquetas con la realidad; pero no, no todo es relativo y, desde luego, mucho menos de lo que interesadamente se propaga (sí, de ahí la coincidencia etimológica con la palabra propaganda).
El socialismo del siglo XIX, también derivado de la acomodación socio-política de los presupuestos de la Revolución Francesa, dió lugar a toda una serie de interpretaciones y gradaciones izquierda-derecha dentro de la propia izquierda, de las más ingenuas como el socialismo utópico (premarxista) o las más radicales, como el socialismo anarquista, hasta las más acomodaticias o posibilistas como la social-democracia, y todas ellas, a su vez -y simplificando- derivadas de la priorización entre lo urgente y lo importante; las primeras pretendiendo incluso eliminar el Estado, las últimas reforzando el Estado heredado de la burguesía (aunque Marx ya advirtió de que el proletariado triunfante debería destruir la máquina del Estado burgués, ya que todas las revoluciones han perfeccionado esta máquina, en lugar de romperla, coincidiendo en ésto con los anarquistas) pero para ser utilizado como herramienta al servicio del bien común y de la mayoría social; finalizando con  el más notable intento de concrección del comunismo en el denominado socialismo real (por contraposición al utópico).
Sabemos hoy que la implantación del mencionado socialismo real en los países del bloque comunista tras la segunda guerra mundial -antes en la U.R.S.S.- no cumplió con las expectativas, aunque, aparte de evidentes excesos autoritarios y disfuncionalidades organizativas, creo que las causas y motivos de ese fracaso en pocas ocasiones han sido seriamente analizados y, menos aún, divulgados. Pero la historia, en contra de lo que algunos (Fukuyama, uno de sus reconocidos portavoces) pretenden, no ha finalizado. Deducir de la constatación del fracaso de la implantación del socialismo real que no hay alternativa al sistema capitalista o que éste es el único sistema posible para toda la humanidad -derivado de la asunción previa de un pensamiento también único- hay una enorme distancia; no es sólo que las ideas y la ideología -y no la economía- es lo que realmente está en la base de lo humano, sino que en tanto haya muchos más pobres que ricos (aunque para algunos de ellos la meta u objetivo consista en acceder por cualquier medio o atajo al mundo de los ricos y privilegiados; que habría que recordarles que los ricos y poderosos procurarán impedírselo también por cualquier medio, por mucho que a diario la publicidad se lo haga imaginar como un señuelo: lo esencial para la casta privilegiada es que constituyan siempre un minoría), para  muchos de ellos seguirá constituyendo un objetivo vital establecer un mundo sin privilegios para nadie, lo cual tendría como consecuencia directa un reparto justo de los recursos (el año 2018, el 1% de la población mundial acaparó el 82% de la riqueza mundial generada ese mismo año) de modo que pudiera garantizarse a todos y cada uno su propio desarrollo personal y social, base imprescindible para una auténtica igualdad de oportunidades, de lo cual, forzosamente, se beneficiaría toda la humanidad, ya que ello significaría la maximización de las oportunidades que tenemos como especie.
Por mucho que -según la tesis de Fukuyama- el humanismo, la cultura y la ciencia llegaran a poder imponerse a nivel mundial como única base moral -capaz de desplazar a la religión u otros dogmas morales o éticos- subsiste el hecho de que los derechos humanos -si lo son realmente-  nunca podrán convivir -o incluso sólo sobrevivir- con el sistema capitalista. Y podría añadirse que tampoco una verdadera democracia, que supone la existencia de personas realmente informadas y no manipuladas por la propaganda de los medios, es compatible con el sistema capitalista, ni tampoco con el liberalismo económico, por mucho que Fukuyama lo declare como uno de los fundamentos imprescindibles de la -única- sociedad futura. Y de cuanto nos estamos acercando al precipicio, da idea el hecho de que el propio Fukuyama reconoció en 2018 que el período extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se estableció un cierto conjunto de ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, en muchos sentidos tuvo un efecto desastroso. Pero ¿no era la desregulación la aplicación radical del liberalismo económico?
No, no todo es relativo (incluso Kant dicen que dijo el relativismo es una buena cabaña; se puede pasar en ella una noche si no hay más remedio, pero no sirve para quedarse a vivir); pero sí lo son -o directamente falsos-  muchos de los intentos de superar las ideologías mediante distintas estrategias de implantación del pensamiento único -terceras vías, etc.- y de un sistema económico demostradamente insostenible, el capitalismo, como el único sistema posible.

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