martes, 7 de enero de 2020

¡Vivan las caenas!

Al igual que los antiguos reyes sólo respondían ante Dios -en éste país aún es así; el rey es jurídicamente irresponsable ante la Ley según el artículo 56.3 de la vigente Constitución- los dictadores, históricamente, han procurado siempre responder sólo ante su país: Napoleón ante Francia, Hitler ante Alemania, Mussolini ante Italia, Stalin ante la Unión Soviética y sí, Franco ante España (pese a las apariencias, uno de los más pretenciosos de todos ellos, ya que en las monedas de la dictadura todos podíamos leer: Caudillo de España por la Gracia de Dios; un rey sin corona). Y ¿cómo saber si Francia, Alemania, Italia, la Unión Soviética o España estaban satisfechas con quien ejercía omnímodamente el poder director de los destinos de esos países?, ¿quizá preguntando a los naturales de ellos, es decir, a los franceses, alemanes, italianos, rusos o españoles?: pues no, los dictadores han evitado siempre esa complicación política innecesaria por el expedito y sencillo procedimiento de preguntarse a sí mismos ya que, por definición, los dictadores son el país que dirigen; ante sus paisanos, los dictadores se identifican con su país, como los faraones con Egipto. En la famosa entrevista de Jay Allen a Franco al comienzo de la guerra civil, en la que Allen expresaba sus dudas de que Franco pudiera ganar la guerra preguntando/afirmando  ¿eso significa que tendrá que matar a la mitad de España?, Franco sonrió suavemente y sin levantar mucho su aflautada voz dijo: repito, cueste lo que cueste; Allen, efectivamente, quería decir que tendría que matar a la mitad de los españoles -a un país no se le puede matar, ni siquiera por mitades- para auparse a su puesto de dictador, pero Franco le había entendido perfectamente; su proyecto para España era matar a todos los españoles que se interpusieran en el desarrollo de su proyecto de convertir España en un cuartel y a sus habitantes -los que quedaran- en siervos al servicio del poder económico que es a quien, en definitiva, servía; no a España. Y menos aún, a los españoles. Y es que es una creencia común de los dictadores pensar que un país puede sobrevivir a una amputación de la mitad de su cuerpo (de sus habitantes, quiero decir); Franco -imitando el ejemplo de los ilustes predecesores mencionados- pensaba lo mismo; tras la sangría de la propia guerra civil, miles de españoles -incluyendo muchas de las mejores potencialidades artísticas y científicas del país- hubieron de emigrar para no volver nunca y el país tuvo que sobrevivir malamente a cuarenta años de sangrienta represión, carencias y mediocridad; España es lo que es hoy a pesar de Franco, no gracias a él, como algunos pretenden.
En fin, que una vez aprendido ésto, está claro cómo deducir una regla para conocer la orientación política de cada uno con sólo hacer una sencilla pregunta (en nuestro caso): ¿qué es más importante: España o los españoles?; en el debate existente durante la reciente investidura -que algunos creyeron que era un debate de embestidura- de Pedro Sánchez como presidente del Gobierno de  España, los gritos de ¡viva el rey! y ¡viva España! venían todos de la derecha (faltó el ¡vivan las caenas!); las referencias al bienestar, seguridad y futuro de los españoles todos procedían de la izquierda; la regla no falla.

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