martes, 8 de enero de 2019

Moral no es la palabra

Hay quien defiende, como Víctor Lapuente en Porqué gana la nueva derecha, que el éxito de las fuerzas conservadoras y reaccionarias se debe a que, aunque su sustrato sólido -el capitalismo- es difícilmente defendible desde un punto de vista racional, precisamente, el secreto del éxito de la nueva derecha es que antepone lo moral a lo material. Es una forma de decirlo, desde luego, pero -dado que las palabras no son inocentes y siempre es importante utilizarlas con ánimo de precisión- ¿no sería más exacto decir que la nueva derecha apela antes a los sentimientos que a la realidad, a lo irracional antes que a lo racional? Digo ésto porque la ley moral de Kant tiene poco o nada que ver con las emociones, el imperativo categórico es incompatible con la ignorancia y la irracionalidad, carencias ambas sobre las que se ha sustentado desde siempre la demagogia fascista y populista. No en vano, dos de los 11 principios de la propaganda atribuídos a Goebbles ponen en ello especial énfasis:

5. Principio de la vulgarización
Toda propaganda debe ser popular, adaptando su nivel al menos inteligente de los individuos a los que va dirigida. Cuanto más grande sea la masa a convencer, más pequeño ha de ser el esfuerzo mental a realizar. La capacidad receptiva de las masas es limitada y su comprensión escasa; además, tienen gran facilidad para olvidar.

10. Principio de la transfusión
Por regla general, la propaganda opera siempre a partir de un sustrato preexistente, ya sea una mitología nacional o un complejo de odios y prejuicios tradicionales. Se trata de difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas

Así pues, cuando se apela  a símbolos -la bandera, por ejemplo- cual totem de efectos milagrosos -garantizar la unidad de un país, por ejemplo- se está recurriendo a lo irracional que en mayor o menor medida pervive en todo ser humano como herencia de miedos ancestrales; huelga decir que tanto más fácil es conseguir arraigar en actitudes primitivas cuanto mayor es la ignorancia y la irracionalidad de quien recibe tales mensajes populares; en el caso de las distintas variantes de fascismo como marioneta -inicialmente- cuyos hilos controla el gran capital a nivel mundial, es una de sus principales bazas; yo diría que la única: antiguamente se narcotizaba al pueblo con la religión; hoy con los medios de comunicación que utilizan  -directa e indirectamente- todos y cada uno de los 11 principios de la propaganda y ponen en práctica su resumen actualizado: las 10 estrategias de la manipulación mediática, pormenorizadas por Chomsky. Si no estás prevenido ante los medios de comunicación, te harán amar al opresor y odiar al oprimido, afirmaba Malcolm X, recordando a Orwell y su 1984 como ejercicio profético.

Lo material puede llegar a ser más o menos inteligible y ayudarnos a comprender el mundo, pero los deseos, los miedos, la ignorancia, lo irracional, lo intangible, lo metafísico, los huecos existenciales, pueden llegar a conformar un monstruo pavoroso -el último fué creado en la Alemania de entreguerras en el siglo pasado-, sin lógica, masivamente destructivo. Desde luego, moral no es la palabra -ni ninguno de sus sinónimos- que yo hubiera elegido de acuerdo a sus definiciones y al contexto en que se utiliza.   No es que la nueva derecha -a imagen y semejanza de la derecha de siempre- sea weberiana en su defensa de las ideas o de los ideales; la nueva derecha no cree en las ideas de ningún tipo, sino más bien en la conveniencia de su ausencia en todos los cerebros de  las personas que desea manejar; en definitiva, las ideas -preferiblemente las de elemental sencillez- son para la nueva derecha tan sólo mantras que manejar propagandísticamente según los principios mencionados.

Por cierto, la actual bandera nacional, y su reivindicación como símbolo de todos y de unidad, me recuerda aquello de dime de lo que presumes y te diré de lo que careces. Para todos aquellos que en este guiñol de fervores nacionalistas de distinto signo se distraigan de las graves cuestiones sociales que nos aquejan y fueran inducidos, por ejemplo, a confundir las gloria militar de los Tercios de Flandes con la actual bandera nacional, recordarles que esta bandera fué producto de un concurso convocado por Carlos III, tatarabuelo oficial de Felipe VI. Por no recordar que también fué utilizada durante cuarenta años -con otro escudo, pero la misma bandera- por un dictador -al que cabría considerar el abuelo político del actual Jefe del Estado- que se sublevó contra un régimen legalmente constituído en España y que defendía valores nada demócraticos y fundamentalmente opuestos a los que dice defender el rey actual, basados en la actual Constitución. En toda la Constitución. No creo que la izquierda -la verdadera izquierda, quede mucha o poca- sea ahora alérgica a la patria, sino a ese modelo de patria que muestra himnos y banderas por fuera pero sólo atiende a la prosperidad y los beneficios de las empresas y bancos -españoles o no, el capital ciertamente no tiene patria- por dentro, ignorando al resto, a la mayoría social de este país.

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