Joaquín
Costa, una de las figuras más representativas del movimiento conocido
como regeneracionismo español -hace más de cien años- ya añadía como
colofón a un manifiesto de once puntos que condensaba su pensamiento
político, la inexcusable necesidad de renovación de todo el personal
gobernante de los últimos veinticinco años: su condición de aragonés le
impedía andarse con paños calientes.
Un
siglo después, y si quisiéramos ser igualmente concluyentes, tampoco
deberíamos esperar del actual bipartidsimo que la regeneración -que, de
antiguo, es el antónimo de corrupción- provenga de quienes deben
regenerarse, ya que, al igual que ocurría con el bipartidismo de
entonces, la regeneración pasa por la renovación. Las declaraciones de autoregeneración tanto del PP como del PSOE -perdón, del "nuevo" PSOE-
tienen la misma credibilidad que las declaraciones de arrepentimiento y
rectificación de un condenado a muerte por sus crímenes.
Por
cierto, entre los once puntos de Costa figuraba uno que proponía la creación de un poder judicial digno de su función. Si veinte años no
es nada como dice el tango, cien tampoco parecen gran cosa.
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