Según el diccionario, beatificar es la potestad del Papa para
declarar que un difunto, cuyas virtudes han sido previamente
certificadas, puede ser honrado con culto. Nada menos que 522 a la vez,
ha presentado la iglesia católica española como producto -según afirma-
de la persecución religiosa en la España del siglo XX, lo que
convertiría a la II República española en una perseguidora furibunda de
cristianos que superaría la suma de todas las persecuciones acaecidas
en tiempos de los emperadores romanos que, comparativamente, produjeron
menos beatos. La verdad histórica es muy distinta: la virtud
fundamental de muchos de los actualmente beatificados fue su adscripción a políticas enfrentadas a un objetivo declarado de la República que fué
la separación de la Iglesia y el Estado o, en su defecto, su
pertenencia a una institución -la iglesia católica- que defendía
públicamente esas políticas. Y, a más de setenta años de la muerte de
Manuel Azaña, su visión de un estado laico que colocara a la
iglesia católica estrictamente en el ámbito de la conciencia de cada
uno, es decir, en la esfera privada y no en la pública, está tan
distante de ser realidad como entonces, si no más; hoy estamos en ese aspecto más cerca de la España de Felipe II o de una teocracia islamista que de un país avanzado, democrático y abierto. Baste para
corroborarlo la asistencia de representantes políticos -casi tan masiva
como el número de beatificados y comenzando nada menos que por el
ministro de Justicia- a la reciente ceremonia de beatificación. O el
comentario de Jesús Posada, actual presidente del Congreso, que lo
resume: "ha sido una celebración espléndida que reafirma
nuestra fe”. ¿Nuestra?, ¿de quien?, ¿de los católicos o de todos los
españoles, a quienes debe representar como responsable público?. Parece que el Nacionalcatolicismo pervive bajo formas democráticas.
No hay comentarios :
Publicar un comentario