Las penas, con pan son menos, efectivamente, pero que yo sepa, nadie ha equiparado el pan a las sonrisas. Lo digo porque los políticos en su conjunto -con la excepción reciente de la ministra de Trabajo italiana, Elsa Fornero- tienen la costumbre de sonreír enfáticamente, venga o no a cuento, al acabar de hablar. Así, por ejemplo, hemos podido comprobar como Elena Salgado, la ministra de Economía en funciones, nos anunciaba que la prima de riesgo española estaba por las nubes y después sonreía, o a Mariano Rajoy diciendo que procurará evitar lo que dijo que nunca haría -bajar el sueldo a los funcionarios y subir los impuestos- y después sonreír igualmente, que parecen decir con el lenguaje de los gestos: ¿no queríais caldo?, pues dos tazas.
Ya supongo que tales sonrisas serán aconsejadas por asesores de imagen, pero puede que esta sonrisorrea sea debida a que con los recortes no hayan podido pagar la segunda lección al asesor de turno, lección donde se explica que hay que acomodar la sonrisa a las circunstancias y a lo que se quiere transmitir. Y parece que no están los tiempos para sonrisas superfluas y que a muchos nos hacen decir -también mentalmente- ¿de que se reirá este(a) imbécil?.
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