sábado, 25 de diciembre de 2021

Pandemia Año II; el discurso del rey.

Llevo ya unos años aplicándome la obligación de analizar el texto de ese acto institucional que constituye el mensaje navideño del Jefe del Estado: ya que alguien se ha tomado la molestia de redactarlo y actuarlo, no me parece demasiado esfuerzo leerlo y comentarlo.

Para comenzar, destacaría en el mensaje de Felipe VI de esta Navidad de 2021, un claro intento de búsqueda de un lenguaje más sencillo, coloquial y directo como forma de alejarse del estilo impostado que suele ser el aroma de fondo en este tipo de mensajes institucionales: se ha buscado y creo que algo sí se ha conseguido al respecto; no es que se hayan evitado mayormente las habituales obviedades buenistas de fondo pero, al menos, se han emitido en forma más ligera y natural; es cierto que no es fácil que el representante de una institución medieval como es la monarquía embuta su mensaje (nunca se sabe muy bien si ordena, aconseja, o sugiere desde su real altura) en un lenguaje moderno, si no es para camuflarse y hacer olvidar esos orígenes (u otros más recientes).

Pero, si nos olvidamos de la forma y analizamos el contenido -obviando el mencionado buenismo inicial respecto a las víctmas de la erupción del volcán de La Palma y  el posterior recordando a las de la  pandemia CoVid19,  y la constatación de que, como consecuencia, ha aumentado el número de personas en situación de vulnerabilidad- y nos detenemos en las respuestas a su propia pregunta retórica sobre qué hacer frente a un escenario lleno de incertidumbres y contrastes, vemos que sus propuestas -genéricas, como siempre-  se basan en más democracia y más Constitución, principalmente lo segundo: según él la Constitución merece respeto, reconocimiento y lealtad, y esa triple solicitud entiendo que debería ser universal; quiero decir, basada en el respeto y la lealtad que supondría por parte de las instituciones esforzarse en asegurar un cumplimiento íntegro de todos los artículos de la Constitución, incluídos los relativos a los derechos y libertades de los españoles;  el reconocimiento vendría entonces por sí solo, sin necesidad de solicitarlo. Y sobre lo primero, la democracia, quizá no sea él la figura institucional más indicada para aconsejarla, dados sus ya mencionados orígenes.

Pero vamos, que somos buenísimos y que hay que seguir adelante porque la Historia nos enseña que los españoles hemos sabido cómo reaccionar y sobreponernos ante las adversidades; pues sí, sería un caso de estudio el averiguar cómo hemos logrado sobrevivir a siglos de mal gobierno, como ya señaló Azaña.

Eso sí: a su padre, el rey emérito, ni mentarlo; ya ni siquiera, como el pasado año, una vaga alusión a principios éticos y morales por encima de cualquier consideración, incluso de las personales y familiares: los redactores habrán decidido que eso ya no se lo cree nadie.

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