Para comenzar, no me parece ni medio bien esto de solicitar ayuda al más allá -como la ex-ministra de Trabajo, Fátima Báñez, agradeciendo que la Virgen del Rocío echara un capote (¡taurómaca Virgen, cómo no!), o el ex-ministro Fernández Díaz haciendo uso mundano de Marcelo, su ángel custodio- desde cargos políticos que han sido elegidos para trabajar en la solución de problemas del más acá por medios puramente humanos; lo contrario sería -me parece- jugar con ventaja (si esas ayudas extraordinarias y milagrosas fueran posibles). Y para continuar -por precisar la terminología-: milagro civil sería lo contrario a milagro militar (del que no existe precedente conocido); me parece que lo contrario a milagro religioso, como corresponde a un milagro solicitado a San Isidro, sería milagro laico que, no obstante, resulta todo un oxímoron.
Eso en cuanto a las formas de la petición de la ex-alcaldesa Carmena a San Isidro; pero más grave es el contenido de la propia petición por considerar solucionable sólo por medios sobrehumanos -divinos, más bien- el hecho de escuchar al otro; yo creo -a pesar de nuestra tradición e idiosincrasia- que eso se soluciona simplemente con educación y cultura. Y más grave aún cuando dice que hay que implantar una vida política sin estructuras sectarias y en la que se aplauda a quien tenga la mejor idea, venga de donde venga, porque ello implica la radical negación de la dialéctica propia entre ideologías e intereses contrapuestos propios de toda sociedad: está preconizando algo tan totalitario y antidemocrático como el Pensamiento Único; sin dialéctica no sirve de nada escuchar: se trataría de un monólogo. Y lo cierto es que entre el sectarismo y el Pensamiento Único hay un amplio campo en donde se supone que debe discurrir la democracia como medio de solucionar problemas terrenales; o sea, lo que también ha solicitado Carmena en otro de los apartados del milagro -eso debe ser lo milagroso, que las contradicciones no importen- donde reclama la creación de un clima político desde el que se cuide a la democracia, que dice considerar esencial.
Dejemos los milagros para esos supuestos momentos excepcionales en los que actúan reglas sobrenaturales propias de otra vida y de las que no conviene apropiarse para aplicarlas a los problemas naturales y cotidianos en ésta; ya digo, menos milagros y más educación y cultura para todos: esperar milagros es síntoma claro de desesperación.
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