En resumen, esas fueron las circunstancias de las generaciones de nuestros padres: guerras y conflictos sociales con cifras de destrucción y muerte escalofriantes a nivel mundial en la generación grandiosa; una generación superviviente a todo tipo de carencias, hambre y sufrimiento en la generación silenciosa, la trabajosa reconstrucción tras el desastre.
Vino a continuación -ya en mi generación- la pugna entre el imperialismo capitalista liderado por EE.UU. y el imperialismo socialista liderado por la URSS; buena parte de la segunda mitad del siglo XX transcurrió en esa pugna que estuvo a punto de someter a la Humanidad a un desastre aún mayor que el recién sufrido a causa de una catástrofe nuclear, la permanente amenaza de la destrucción mutua asegurada. En la pugna ideológica entre ambos imperialismos, el capitalismo occidental promovió una solución a las históricas reivindicaciones sociales mediante el Estado del bienestar, fundamentado en el reformismo socialdemócrata que, de este modo, justificaba los evidentes inconvenientes del sistema capitalista y ejercía de contrapoder ideológico ante el socialismo real del bloque soviético; los baby boomers crecimos creyendo realmente que el mundo finalmente mejoraría, que el progreso es lineal e inevitable. Pero todo ese esquema de equilibrios -mucho más frágiles de lo que suponíamos- dejó de tener sentido con el colapso -largamente trabajado desde occidente- de la URSS, simbolizado en la caída del muro de Berlín. Sin contrapoder limitante, el capitalismo mostró entonces su verdadero rostro y una voracidad tal que, de forma suicida, se lanzó a un crecimiento descontrolado que ha de suponer la esquilmación de los recursos del planeta y el colapso social y económico a nivel mundial a no muy largo plazo, si se mantiene la tendencia actual.
Y ese parece el resumen del legado a nuestros descendientes: una desigualdad social radicalmente acelerada sea cual sea la versión del capitalismo que finalmente se imponga (la liberal occidental o la política china) y, sobre todo, la destrucción, debida a los condicionantes productivos del capitalismo, del planeta que habitamos considerado como recurso esencial de subsistencia; actualmente en menos de medio año hemos consumido los recursos de todo un año: la humanidad requiere 1,75 planetas al año para vivir, frente al año 1970, cuando los recursos naturales duraban hasta el 23 de diciembre. Por supuesto, la destrucción de esos recursos implica el fin del planeta tal y como lo conocemos y con él de la propia Humanidad; siento no estar de acuerdo con las tesis optimistas que defienden el declive de la crueldad y violencia entre humanos: tenemos el mérito de ser la primera generación cuya herencia es el colapso total -social, económico, y medioambiental- asegurado e inevitable, ¿hay mayor crueldad y violencia que legar conscientemente semejante desastre a las generaciones del futuro?
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