martes, 11 de mayo de 2021

Generaciones


Vine al mundo -en este país, concretamente- en 1952. Las generación de mis padres acababa de sufrir el último espasmo reaccionario producto de todo un siglo de luchas entre españoles producto de los intentos para que este país recuperara su atraso histórico respecto a nuestra identidad supranacional de pertenencia, Europa, una vez que, durante ese mismo siglo, habíamos dejado de ser potencia internacional e imperial; no pudo ser: la II República española no pudo con las tradicionales fuerzas reaccionarias en sintonía en el lema carlista Dios, Patria y Rey, es decir, religión, nación y monarquía, o lo que es lo mismo y resumido en un sólo concepto, la idea  de que el poder socio-político ha de ser delegado en manos de una minoría rectora y privilegiada; cada uno de los componentes de ese lema triádico tenía sólo carácter instrumental en el ejercicio del poder ante el que la reacción pretende obediencia y sumisión permanente por parte de la mayoría de la población. A continuación de nuestra guerra civil, producto del levantamiento de esa reacción contra la República española, vino una conflagaración europea -algunos consideran nuestra guerra civil el primer episodio de ésta- y finalmente, mundial; las consecuencias del mal resuelto final de la I Guerra mundial  y el reajuste entre los imperialismos caducos (Imperio Austro-Húngaro, Imperio ruso  o Turquía), imperialismos consolidados (Reino Unido y Francia) y los aspirantes a serlo (Alemania, fundamentalmente), llevaron a una continuación inevitable: la II Guerra mundial; para entonces ya no figuraban algunos de los imperios previos a la I Guerra mundial, pero se habían incorporado tanto el imperialismo japonés como el de la URSS, heredero del ruso, el italiano y también el de los EE.UU.. Hay quien asegura que en el futuro se considerarán ambas guerras mundiales como una guerra en dos actos, de hecho se conoce al período intermedio como entreguerras. Se sobreentiende que cuando mencionamos imperialismo, éste es producto de un sistema económico, el capitalismo, permanentemente necesitado tanto de materias primas como de mano de obra barata de cara a la producción industrial, base de su crecimiento y obtención de beneficios y, por tanto, necesitado de un mercado global; el imperialismo soviético sustituía ese sustrato económico capitalista por el ideológico pero manteniendo el expansionismo propio de todo imperialismo, sobre todo desde que se impusieron en la URSS las tesis estalinistas -socialismo en un solo país- sobre las trotskistas  del socialismo internacionalista.

En resumen, esas fueron las circunstancias de las generaciones de nuestros padres: guerras y conflictos sociales con cifras de destrucción y muerte escalofriantes a nivel mundial en la generación grandiosa; una generación superviviente a todo tipo de carencias, hambre y sufrimiento en la generación silenciosa, la trabajosa reconstrucción tras el desastre.

Vino a continuación -ya en mi generación- la pugna entre el imperialismo capitalista liderado por EE.UU. y el imperialismo socialista liderado por la URSS; buena parte de la segunda mitad del siglo XX transcurrió en esa pugna  que estuvo a punto de someter a la Humanidad a un desastre aún mayor que el recién sufrido a causa de una  catástrofe nuclear, la permanente amenaza de la destrucción mutua asegurada. En la pugna ideológica entre ambos imperialismos, el capitalismo occidental promovió una solución a las históricas reivindicaciones sociales mediante el Estado del bienestar, fundamentado en el reformismo socialdemócrata que, de este modo, justificaba los evidentes  inconvenientes del sistema capitalista y ejercía de contrapoder ideológico ante el socialismo real del bloque soviético; los baby boomers crecimos creyendo realmente que el mundo finalmente mejoraría, que el progreso es lineal e inevitable. Pero todo ese esquema de equilibrios -mucho más frágiles de lo que suponíamos- dejó de tener sentido con el colapso -largamente trabajado desde occidente- de la URSS, simbolizado en la caída del muro de Berlín. Sin contrapoder limitante, el capitalismo mostró entonces su verdadero rostro y una voracidad tal que, de forma suicida, se lanzó a un crecimiento descontrolado que ha de suponer la esquilmación de los recursos  del planeta y el colapso social y económico a nivel mundial a no muy largo plazo, si se mantiene la tendencia actual.

Y ese parece el resumen del legado a nuestros descendientes: una desigualdad social radicalmente acelerada sea cual sea la versión del capitalismo que finalmente se imponga (la liberal occidental o la política china) y, sobre todo, la destrucción, debida a los condicionantes productivos del capitalismo, del planeta que habitamos considerado como recurso esencial de subsistencia; actualmente en menos de medio año hemos consumido los recursos de todo un año: la humanidad requiere 1,75 planetas al año para vivir, frente al año 1970, cuando los recursos naturales duraban hasta el 23 de diciembre. Por supuesto, la destrucción de esos recursos implica el fin del planeta tal y como lo conocemos y con él de la propia Humanidad; siento no estar de acuerdo con las tesis optimistas que defienden el declive de la crueldad y violencia entre humanos: tenemos el mérito de ser la primera generación cuya herencia es el colapso total -social, económico, y medioambiental- asegurado e inevitable, ¿hay mayor crueldad y violencia que legar conscientemente semejante desastre a las generaciones del futuro?

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