jueves, 16 de febrero de 2017

Escuchar

Somos un país de habitantes poco acostumbrados a escuchar, a escuchar a los demás, a superiores e inferiores -los segundos casi ejerciendo de mudos- en cualquiera de las jerarquías en que nos corresponda movernos en el trabajo, en la sociedad, en la vida; reacios a escuchar, en general; a veces ni a nosotros mismos nos escuchamos. Es cierto que, muy raramente, alguien calla unos momentos y pone gesto atento y como de escuchar, pero es una mera táctica para hacerse pasar por dialogante y educado; en realidad no está escuchando, sólo es una pausa que le permite coger aire y concentrarse en afinar sus propios argumentos para espetárselos a su interlocutor en cuanto detecte que a éste se le está acabando el resuello para continuar hablando. Así pasa que, en general, nuestros diálogos son, en realidad, monólogos entrelazados en el tiempo pero no en los argumentos, nadie pretende que exista dialéctica, para los españoles tesis y síntesis es lo mismo, cada uno se mueve por la vida con su verdad, esa antorcha que nadie debe pretender apagar, salpicar y ni soplar siquiera. Toda esta idiosincrasia nacional se muestra, cómo no, -corregida, depurada y aumentada- en la política del país; hace tiempo -tanto que dudo que alguna vez fuera de otro modo- que no asistimos a un debate parlamentario digno de ese nombre, sino a una especie de guiñol de garrotazos -descalificaciones- alternos: no me extraña que aquellos geniales guiñoles televisivos desaparecieran, sus guionistas debían sentirse permanentemente superados por la realidad a la que pretendían parodiar.
Hay cosas que el tiempo sólo desgasta, pero no cambia; hace casi un siglo, Felipe Alfau ya escribía: España, una tierra en la que ni el pensamiento ni la palabra, sino la acción con un sentido -el gesto- se ha convertido en la especialidad nacional. La única variación de entonces acá se debe a la aceleración de los tiempos debido a la instantaneidad de la información en los medios: los políticos en su afán de síntesis han resumido el gesto para llegar al aspaviento, que aún es más breve y efectivo y que casi no necesita que el destinatario del mensaje escuche, basta con que atienda un momento. Lo que tiene, entre otras consecuencias, la de justificar nuestra tradicional renuencia a escuchar; difícil salir de este círculo vicioso. Para el que no lo sepa: los demás, a veces, dicen cosas interesantes.

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