Entre las muchas cosas que no entiendo -o entiendo pero no quiero admitir- se encuentra el hecho de que para postularse como representante político no se requiera superar ninguna prueba de aptitud de algún tipo: basta con tener la habilidad de lograr ser elegible para que a alguien sin ninguna capacidad -real o teórica- se le encomienden dineros públicos y responsabilidades decisorias del más alto nivel; para conducir un vehículo es necesario superar las correspondientes pruebas de capacidad, para conducir un país parece que no; se supone que cualquiera podría hacerlo: debe bastar con desearlo lo suficiente y trabajarse bien los apoyos para hacer carrera política y, si se trata de la cuna de la democracia moderna, con tener, además, dinero suficiente. Parece que andan muy alarmados en EE.UU. con la advertencia de un grupo de psicólgos, psiquiatras y trabajadores sociales que han remitido una carta al New York Times en la que exponen que el actual presidente, Donald Trump, sufre una grave inestabilidad emocional que le hace incapaz de servir con seguridad como presidente; ya que ha demostrado reiteradmente una incapacidad para tolerar opiniones diferentes de las suyas, lo que le lleva a reacciones de rabia. En opinión de los firmantes de la carta, sus palabras y conductas sugieren una profunda incapacidad para sentir empatía.
Los individuos con estos rasgos distorsionan la realidad para adaptarla
a su estado psicológico, atacando hechos y a quienes los transmiten
(periodistas, científicos).
Que, aunque sea cierto que los electores tampoco han de cumplir con muy estrictas condiciones para poder serlo -más allá de tener una edad determinada- se supone que la ley de los grandes números y la estadística hace que tales carencias de capacidad sea mucho menos crítica o trascendente desde un punto de vista democrático. Aun así, ¿de verdad los millones de votantes del señor Trump no se habían dado cuenta -hasta que han leído la mencionada carta ahora- que ponían al alcance de sus dedos la posibilidad de apretar el botón de un maletín nuclear, por ejemplo? Yo supongo que pensarían que si con Bush junior no ocurrió nada es que nada puede ocurrir, y aunque hace tiempo que están establecidas las diferencias entre tontos y locos, también es cierto que hay quien reúne ambas caracterísiticas en una sóla persona; no en vano la frase a tontas y a locas incluye ambas como desiderátum del desorden. Pero emplear esas tipologías electorales y que pongan en manos de un semejante un poder inmenso puede resultar muy peligroso. Incluso resulta bastante dañino a nivel colectivo aún cuando el poder no sea tan grande y el elegido no sea tan completo, como es el caso de España.
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