martes, 7 de febrero de 2017

Se necesita jardinero

Hay actores inolvidables y de ellos, a todos nos queda en la memoria concreta alguna que otra actuación sublime; del inolvidable Peter Sellers y su humor algo difícil -creo- a medio camino entre la frialdad de lo excesivamente elaborado y la genialidad surrealista, hay una película que para mí resume su humor nada convencional y bastante arriesgado: Bienvenido Mr. Chance (el título  español es una de los númerosos títulos variantes: el original Being There, El hombre del jardín ó El jardinero). Como su penúltima película -y no sé si era conocedor ya entonces de la enfermedad de la que moriría sólo un año después- la película se convierte, casi desde el comienzo, tanto en una sátira feroz de la idiotez intrínseca al ser humano, como en un canto a la propia y esencial humanidad, y todo ello desde la depurada y difícil contención interpretativa que impone el personaje. Aviso, para quien no la haya visto y pretenda hacerlo (puede saltar al próximo punto y aparte) que a continuación voy a intentar una brevísima sinopsis: una persona simple -que podría ser clasificada como de inteligencia límite- acaba regalando a todo su entorno máximas profundas y metáforas insondables -todas ellas relacionadas con el mundo vegetal, debido a su actividad anterior como jardinero- de las cuales se sirve incluso el presidente de los EE.UU. (Jack Warden) como recetas para enderezar el rumbo del mundo -excelente ocasión, la actual, para buscar con urgencia un nuevo Míster Chance- a la vez que ejerce de oráculo, heredero e insospechado y bendecido amante de la mujer (grande también Shirley MacLaine) de un millonario enfermo terminal (Melvyn Douglas, extraordinario).
Y es que sin llegar a la sabiduría de Marx (Groucho) que dijo aquello de que es mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente, los que de natural son reservados y  poco locuaces impresionan bastante a todo el mundo porque, no sé por qué, muchos suponemos que tanta reserva y parquedad en el hablar han de ser debidas a que nuestro interlocutor está en posesión de un cerebro en perpetua ebullición y que, simultáneamente, limita cualquier otra actividad mundana y fútil como pueda ser, a menudo, hablar; es un hecho que los callados impresionan mucho y es frecuente que pasen por bastante más listos de lo que son (sin necesidad de habler leído El Discreto, de Baltasar Gracián). Hay quien de forma calculada utiliza éste recurso por ver si convence a los demás de su inteligencia, sobre todo en el mundo de la política...y se me están ocurriendo dos ejemplos de éstos políticos del más alto nivel -¡como serán los niveles inferiores!, a uno de ellos le apodan -entre otros- el embrague (primero mete la pata y luego hace los cambios) y al otro, directamente, el mudu. Ambos suelen practicar una comunicación austera -casi minimalista- y, en consecuencia, muchos se hacen lenguas de su inteligencia casi maquiavélica; pero yo creo que es, fundamentalmente, porque también conocen la frase de Groucho anteriormente citada. Digo yo.

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