Albert Rivera, al igual que un día Felipe González logró que el PSOE dejara de titularse marxista, ha logrado que Ciudadanos deje de reconocerse socialdemócrata; en ambos casos era de general conocimiento que sólo eran títulos teóricos con poco contenido real, pero también ambos reponden al mismo deseo de ocupar el centro político, ese centro que otorgaba o retiraba el poder de gobernar a un partido. Y he utilizado el pasado porque ese centro sociológico está conviertiéndose a pasos acelerados en otra entelequia más; es cierto que existe una inercia que tiene por efecto que una gran parte de la sociedad continúe pensado que pertenece a aquella extensa clase media de la que todos los partidos querían obtener el voto, pero es un hecho que en un país en el que los pobres oficiales suman casi un tercio de la población y en el que, simultáneamente, crece el número de millonarios, cada vez quede menos población que, incluso teóricamente, se considere clase media -o que ni siquiera admita su adscripción a una determinada clase- y que crea que su cometido ha de ser vertebrar socialmente al país.
Aún así, el líder de Ciudadanos, en su creencia de que el centro es decisivo -y en la necesidad permanente de que Ciudadanos ocupe algún lugar reconocible en el espectro político- ha manifestado que, a partir de ahora, Ciudadanos será un partido constitucionalista, liberal, demócrata y progresista que, desde luego, es mucho mejor para todos que si se declarara, de entrada, anticonstitucionalista, conservador, dictatorial y reaccionario; pero ha continuado: el debate no
tiene que ser tanto semántico como de contenido. Que no se si sabrá que la palabra semántica se define como el significado, sentido o interpretación de algo, con lo cual, se deduce de sus palabras que está propugnando que el contenido de la ideología de Ciudadanos no tenga ningún significado: lo apropiado -deben creer en Ciudadanos- para ocupar el centro. Dicen que Rivera ha renunciado, incluso, a considerarse heredero de Suárez, o al menos, a moderarse en las citas de quien fué el primer presidente de la Transición.
¡Otro golpe a la desnortada socialdemocracia que vaga por Europa como un fantasma, casi como el comunismo del Manifiesto de Marx y Engels! Pero ésta vez no huyendo de fuerzas reaccionarias que pretendan acabar con ella, sólo buscando un lugar donde reposar eternamente.
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