Mucho antes de que Einstein enunciara sus teorías (son dos) sobre la relatividad, ya el concepto era de universal conocimiento: en la percepción y categorización de ideas y conceptos el ser humano ha asumido de siempre que todo es relativo; es relativo principalmente si consideramos que cada ser humano se posiciona de forma diversa respecto a valores, ideas, categorías y otros condicionantes que son, precisamente, relativos a cada quien. Y si lo queremos más formal, el relativismo como línea de pensamiento establece que todo es relativamente verdadero, porque nada lo es en absoluto. Existe, a
este respecto, un relativismo epistemológico (negar la posibilidad del conocimiento objetivo y universalizable
de la realidad, sobre la base de que todo conocimiento se construye
sobre el marco de referencia de un contexto social, histórico y cultural
particular) y un relativismo moral y
cultural (negar la existencia de verdades y valores objetivos, independientes de cada cultura
particular; lo bueno y malo, lo bello y lo feo, lo verdadero y lo falso así como otras categorías similares, son producto de cada prisma cultural).
Debería ser suficiente, todo ello, para admitir que, en política, los conceptos izquierda y derecha -denominaciones que se asentaron tras la Revolución Francesa- son igualmente relativos (y no sólo por la despreocupación y falta de rigor con las que en política se asimilan etiquetas a ideas o valores); concretando aquí y ahora: el PSOE es izquierda únicamente -y debido a su posición relativa- para los funcionarios del partido (que salvaguardan así su puesto repitiendo el argumentario oficial, aunque, a veces, el subconsciente les traiciona), para las empresas del Ibex35 y, hablando en general, para los intereses del gran capital; quiero decir que el PSOE es la izquierda que estos últimos puden tolerar, una izquierda que salvaguarde sus intereses antes que los de la mayoría de los ciudadanos de éste país; naturalmente con algún gesto ocasional que parezca de izquierdas, y que avive, como un golpe de fuelle, el fuego de la aparente sensación de democracia, pero sin mayor trascendencia económica respecto al establishment aceptado.
Viene todo ello a cuenta del ya descartado tripartito de izquierdas en el País Vasco tras las últimas elecciones autonómicas. Vaya por delante mi admiración -o envidia, no sé, vista la actuación habitual de la derecha española- por el PNV como una derecha civilizada y/o lo suficientemente inteligente como para incoporar a su programa políticas sociales que afiancen y afirmen sus presupuestos social-cristianos; pero, por resumir -y no creo que ofenda a nadie con ello- el PNV, a juicio de un valorador político omnisciente, creo que podría ser calificado como un partido de derechas. Y volviendo al hipotético -en una hipótesis basada en etiquetas políticas, no en la realidad, que los votantes vascos conocen de sobra- tripartito de izquierdas, es evidente que aún habiendo gente pa'tó (como ya enunció Lagartijo), incluso quien crea factibles tales hipótesis, el PSE se siente mucho más cómodo gobernando con el PNV que con EH Bildu y con Elkarrekin Podemos-IU. Que, por otra parte, sería lo mismo que ocurriría con el PSOE en el Congreso de los Diputados si el PNV (o Ciudadanos) tuviera los suficientes diputados que lo permitieran (y no hay que retroceder mucho para constatarlo). Lo recuerdo para que todos seamos conscientes de lo relativas que pueden ser, en ciertas circunstancias, ciertas izquierdas.
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