En el caso de la violación de una joven por parte de un grupo de cinco hombres autodenominado La Manada (ellos mismos deben verse como un grupo de animales de escasa racionalidad, aunque pocos animales actuarían como ellos lo han hecho) ocurrido en Julio de 2016, la sentencia conocida recientemente ha producido tanta indignación, creo yo, no tanto por los nueve años de prisión que supone para cada uno de los miembros del grupo -a mí me resulta difícil cuantificar con cuanto daño se puede llegar a equiparar otro daño, por más que la reconversión de unos animales en personas -en la prisión- no esté implícita en la sentencia más que de forma teórica: es fácil que después de nueve años continúen siendo tan animales como ahora, o quizá más- sino por el hecho de que la sentencia dictamina que hubo abuso sexual -relaciones sexuales mantenidas con personas con limitada capacidad para rechazarlas- pero no agresión sexual, es decir, violación (sin consentimiento de la víctima y mediante la violencia). Y ello pese a la descripción de los hechos probados, tal y como pueden leerse en la sentencia, que reconocen el intenso agobio y estupor que llevaron a la víctima al sometimiento y a la pasividad -explicitando en ella, pormenorizadamente y en detalle, toda una serie de prácticas sexuales- de una evidente agresión sexual que, además, uno de ellos grabó en video a modo de trofeo. Y pese a que los mensajes previos entre miembros del grupo, hablando directa y claramente de su intención de violar y de los medios necesarios para ello, no fueron admitidos como prueba.
No sé si se entiende claramente el porqué de la indignación que ha producido la sentencia entre la ciudadanía; algo que no debe tener tan claro el señor ministro de Justicia que ha afirmado nosotros no podemos entrar a la valoración de la
prueba y se ha remitido a los jueces y al tribunal que hay
que respetar. Uno de los miembros de La Manada es militar y otro es guardia civil y continuarán percibiendo el 75% de su sueldo (un sueldo procedente de fondos públicos), en tanto no exista sentencia firme.
Desde luego, el respeto se exige, mientras la confianza se gana, pero cuando de esta última hay tan poca, lo primero resulta imposible.