Antes de que nos toque oír lo buenísimo que, en el fondo, era Miguel Blesa -en éste país se mejora muchísimo una vez muerto, aunque, al parecer, no lo quieren demasiado ni siquiera en su ciudad natal, Linares, donde ya quitaron su nombre de un centro de discapacitados financiado con fondos de la obra social de Caja Madrid- creo que conviene fijar en la memoria su verdadero rostro, su catadura moral, recordando, por ejemplo, que despidió al director de una sucursal -también ocurrió en Linares- porque éste, cuando los clientes a los que había colocado preferentes acudían desesperados a la oficina a reclamarle el dinero, decidió incluso devolver dinero de su bolsillo y, además, se negó a seguir vendiéndolas. Pese a que Antonio Gómez, que así se llama quien fué director de la sucursal, llegó a reconocer su error mediante un correo electrónico dirigido a Blesa con las siguientes palabras: Sr. presidente, con la mano en el corazón, tengo una edad difícil para
el tema laboral, me quedo desamparado y principalmente mis dos hijos,
perdone, no es mi intención de dramatizar pero es lo que siento. Le pido
una oportunidad con el correctivo correspondiente, no lo hice bien, éste mantuvo el despido. Esto ocurría hace diez años, en 2007.
Y es que Miguel Blesa afirmaba que un jubilado no es un ignorante financiero, pese a que la justicia ha reconocido las circunstancias y características fraudulentas -han sido preferentistas invidentes y discacapacitados- de las preferentes como producto de alto riesgo pero vendido mediante engaños como seguro y con garantías. Una auténtica estafa, según definición del diccionario.
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