Ribera y rivera son dos palabras que se confunden fácilmente; aunque ribera se refiere a una orilla o al margen de un mar o río (del latín riparia, ripa, orilla) y rivera se refiere a un cauce menor o arroyo (del latín rivus, arroyo), la proximidad semántica de lo que designan y el hecho de que ya pocos distingan fonéticamente la be de la uve, es fuente de todo tipo de errores: me costó unos años que el Ayuntamiento de la localidad donde resido atendiera mis razones al reclamar la b para José de Ribera, la calle donde está mi domicilio, (y no José de Rivera, lo que era fuente de todo tipo de errores y confusiones, sobre todo en la búsqueda en callejeros y mapas, donde algunos lo escribían correctamente y otros hacían caso a la denominación oficial), habida cuenta que es contigua a las calles Murillo y Francisco Pacheco, es decir, que se trataba de honrar al pintor español del siglo XVII José de Ribera también conocido como El Españoleto (en italiano Lo Spagnoletto, el españolito, debido a su baja estatura), pero que incluso en el valenciano de su tierra natal, es Ribera, con b (Xosé de Ribera) y que a veces firmaba sus obras como Jusepe Ribera, español, setabense (de Játiva), para dejarlo claro.
Por alguna de esas extrañas sinapsis (fonética o espacial, ésta vez), la palabra ribera me ha recordado, a su vez, la teoría de las dos orillas que esgrimía -y no por primera vez- Julio Anguita en 1996, defendiendo que Izquierda Unida volvía a estar sola en una orilla, la izquierda, y que en la de enfrente se situaban PP, PSOE, CIU y PNV; Anguita reclamaba entonces para su formación la verdadera representación de la izquierda lo que, pese a ser cierto, ocasionaba mucha hilaridad -fingida o sobrevenida, creo- en todos los partidos ubicados por él en la otra orilla. Y todo éste recordatorio me ha llevado a la descorazonadora conclusión de que veinte años después estamos en una situación muy semejante, con la única diferencia -para aumentar la confusión- de que en el margen derecho, en la otra ribera, también se ha posicionado algún Rivera (en consecuencia histórica con el apellido).
Por alguna de esas extrañas sinapsis (fonética o espacial, ésta vez), la palabra ribera me ha recordado, a su vez, la teoría de las dos orillas que esgrimía -y no por primera vez- Julio Anguita en 1996, defendiendo que Izquierda Unida volvía a estar sola en una orilla, la izquierda, y que en la de enfrente se situaban PP, PSOE, CIU y PNV; Anguita reclamaba entonces para su formación la verdadera representación de la izquierda lo que, pese a ser cierto, ocasionaba mucha hilaridad -fingida o sobrevenida, creo- en todos los partidos ubicados por él en la otra orilla. Y todo éste recordatorio me ha llevado a la descorazonadora conclusión de que veinte años después estamos en una situación muy semejante, con la única diferencia -para aumentar la confusión- de que en el margen derecho, en la otra ribera, también se ha posicionado algún Rivera (en consecuencia histórica con el apellido).
Un amigo asegura que éste país no tiene arreglo, lo cual, aunque no lo comparto siempre, creo que es cierto más veces hoy que ayer. Y seguramente más mañana que hoy; vamos, que que hoy lo creo más que ayer pero menos que mañana, como el amor de Rosemonde Gérard, San Valentín y los joyeros: el proceso de peora continua.
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