El presupuesto original de la democracia: una persona, un voto, no se ha cumplido nunca, ni siquiera en la antigua Atenas donde se inventó; sólo los varones adultos que fuesen ciudadanos atenienses, y que hubiesen terminado su entrenamiento militar como efebos (a los 20 años) tenían ese derecho; ni esclavos -por supuesto-, ni mujeres, ni el resto de la población.
Evidentemente, el sistema electoral vigente en nuestro país tampoco cumple tal presupuesto, al parecer con el fin de garantizar -eso se alega para mejorar la democracia, ya de inicio- una mejor gobernabilidad, palabra y concepto que viene a significar, a efectos prácticos, que gobiernen los de siempre. Y para muestra de cómo para garantizar la gobernabilidad se deja sin contenido el presupuesto básico de la democracia, basten como ejemplo dos datos (para no extenderme) extraídos de las pasadas elecciones generales de 2011:
1º)Los votos necesarios para ser diputado por el PP en la provincia de Soria fueron 28.058; a un diputado del PP por Madrid le fueron necesarios 89.924 votos; un soriano bien podría decir: un hombre, tres votos (de Madrid).
2º)El PP obtuvo un total de 10.866.566 votos, lo que le supuso una representación parlamentaria de 186 diputados (58.422 votos por diputado); a Izquierda Unida, sus 1.686.040 votos le supusieron 11 diputados (153.276 votos por diputado, 2,6 veces más); también un votante del PP podría haber dicho: un hombre, dos votos y medio (de IU).
Hay que señalar que la falta de justicia, equidad o representatividad parlamentaria de los ejemplos mencionadas se solventaría en buena medida sin más que considerar toda España una circunscripción única; lo cual parece totalmente razonable, ya que se eligen representantes para el Congreso de los Diputados de España: los votos de todos los españoles valdrían lo mismo. Claro que resulta ilusorio esperar que se reforme un sistema electoral por parte de los mismos partidos que se benefician de ese sistema tal y como está ahora configurado.
Resulta curioso que el antecedente directo de la democracia fuera el denominado sistema timocrático (Constitución ateniense de Solón, en el siglo VI a.C.) que es una forma de gobierno en la que sólo participan ciudadanos que poseen un determinado capital o propiedades y que sólo esperan honores como retribución a sus labores de gobierno. El término deriva de las palabras griegas τιμη, timé, (honor); y κρατια, krátia, (gobierno).
Timocracia tampoco sería una mala denominación para nuestro actual sistema electoral, pero por distinta etimología: nos recordaría cuanto tiene de timo (y cuanto nos timan, después de elegidos, los que nos gobiernan).
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